miércoles, 19 de abril de 2017

Ziryab, el kurdo que triunfó en la corte cordobesa de Al-Andalus.

Fue el que llevó la cultura de Bagdad al lejano Occidente, y fue toda una institución en la cultura andalusí de su tiempo.


Ziryab, de Mosul a Córdoba, puente entre Oriente y Occidente.

Esta sería una tercera entrada dedicada a personajes de Al-Andalus, sin ser por ello una serie propiamente dicha. Al menos, por ahora. Y esto, entre otras cosas, porque la falta de tiempo me impide dedicarle más de lo que quisiera al blog.
En este caso, se trataría de Abu I-Hassan Ali ben Nafi, o simplemente, como fue -y sigue siendo- más conocido: Ziryab. Su apodo, "mirlo" en árabe, viene por lo oscuro de su piel -y más, en Al-Andalus, donde gran parte de la población, musulmana o cristiana, al tener un origen total o parcialmente hispano-romano o visigodo, su color de piel debió destacar más que en Oriente Próximo, de donde era originario-, lo que hizo que también le llamaran "pájaro oscuro", pues el mirlo, como otros muchos pájaros, también destacan por su trino, y Ziryab, además de excelente músico, también tuvo una hermosa voz, y cantaba muy bien.
A pesar de que los arabistas, y no pocos historiadores, lo han estudiado a fondo, en la vida de Ziryab hay algunas cosas no del todo claras. Se está casi seguro que nació en el actual Irak, muy probablemente en Mosul -¿en 789?-, ciudad que, ya en aquella época, era de población diversa, tanto kurda como árabe y cristiana -los antepasados de los actuales cristianos asirios, aunque en esos tiempos los cristianos eran más numerosos-, aparte de no pocos judíos. Y el hecho de que tuviera una piel algo más oscura que los árabes o los muladíes -musulmanes de origen europeo, converso- hace pensar que debió ser kurdo, un pueblo de raza irania emparentado con los persas o los beluchis. Existe una teoría que dice que, en realidad, Ziryab era de raza negra -o mulata-, y converso, pero eso, aunque posible, resulta no muy creíble, pues los libertos, si eran de origen africano, raramente dejaban de ser gente de condición social muy modesta, y que difícilmente podían progresar en el ámbito de la cultura y el arte -exceptuando, sobretodo, a los eunucos, pero estos, o eran esclavos, o libertos muy unidos a los monarcas o poderosos para los que trabajaban, libres o no-.
De su ciudad natal, marchó de muy joven a Bagdad, capital del Califato -en realidad, el Califato no fue "de Bagdad", pues, al ser único, no tenía más nombre que ese: el Califato, el País del Islam-, y fue discípulo del músico Ishaq al-Mawsili. Como aprendió a tocar y cantar rápido, fue presentado, siendo quizá aún adolescente, al califa Harún al-Rashid -del que se habla, incluso, en no pocos cuentos de "Las mil y una noches", por su fama y poder-, que por lo visto, quedó encantado con él, lo que le permitió vivir en la corte, y ganar fama, dinero, pero también aprender en uno de los grandes centros culturales del mundo entero.

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En este cuadro decimonónico, Ziryab -si es él- es representado como un músico de raza negro, y origen servil -se trataría de un liberto, un antiguo esclavo-, aunque de ser así, se habría sabido algo de su origen africano, o de qué individuo o familia fueron sus dueños antes de ser libre, y el por qué decidieron otorgarle la libertad.

Antes de morir, Harún al-Rashid había dividido el poder entre sus dos hijos: el hijo mayor, al-Amin, sería califa y gobernaría el imperio desde Bagdad; el hermano pequeño, al-Mamun, que era de madre persa, gobernaría el Jorasán, que era el nombre que recibían los territorios iranios más allá del Kurdistán -sobretodo Persia, pero también las tierras de los beluchis, pasthunes, y los que más adelante serían conocidos como tayikos, o los territorios que más adelante serían uzbekos o turkmenos-. Y si fallecía el primero, el segundo podría marchar a Bardad, y gobernar el Califato. Pero parece que al-Amin no tenía interés de que su hermano gobernara el Jorasán como si fuera un estado casi independiente, así que al-Mamun se rebeló, uno de sus generales tomó Bardad, y al-Amin perdió la cabeza. En sentido literal -todo eso, el cambio de califa en el poder, sucedió en 813, cuando el músico rondaba los veinticinco, más o menos-. Mientras, entre tantas convulsiones políticas y militares, nadie se preocupó demasiado en los músicos y cantantes de la corte, y al-Mawsili, celoso, le amargó la vida al jjoven Ziryab, que decidió abandonar Bardad -quizá, el nuevo califa al-Mamun prescindió de sus servicios, o no le hizo demasiado caso, no se sabe-, y marchar a África.
Resultado de imagen de ziryab musicoDespués de vagar por Levante -el Sham, en árabe, que no sólo incluye Siria, sino también los actuales Líbano, Israel y los territorios palestinos, y en ocasiones, también la parte más habitada de Jordania-, decidió emigrar al Emirato Aglabí, con capital en Kairuán, que, desde su centro de poder en la actual Tunez -región conocida como Ifriquiya, que se extendía más o menos por el territorio de la antigua Cartago, y la provincia del África romana posterior-, se había extendido por el este a la Tripolitana -la parte occidental de Libia-, y por el oeste, todo el norte de la actual Argelia -donde vivía, y sigue viviendo, gran parte de la población del país-, además de, por el sur, a zonas semi-desérticas, habitadas por tribus bereberes, muchas nómadas o semi-nómadas, y no siempre totalmente islamizadas, y con las que el emirato tenía malas relaciones, en parte porque algunas de estas tribus practicaban el saqueo o, dentro de su territorio, se rebelaban por la discriminación racial y social -los emires aglabíes, incluso, favorecían la inmigración constante de árabes, de Oriente Próximo y Arabia-.
Pero aquel territorio, emirato independiente de facto -reconocía el poder superior del único califa, y aunque parece que nunca se proclamaron independientes, en la práctica, eran tratados por éste como si así lo fueran-, no parecía atraerle demasiado a Ziryab, y se carteó con el emir de Córdoba -el Emirato de Córdoba, o al-Andalus, sí que era un territorio independiente, pues así lo proclamó Abderramán I, único superviviente de la dinastia Omeya, cuando fue exterminada por los Abbásidas, que los sustituyeron en el gobierno califal, y a los que pertenecían al-Rashid y sus hijos, y que acabaron por reconocer dicha independencia-. El emir, Alhakem I, aceptó sin pensárselo dos veces, pues la fama del músico y cantante se había hecho ya internacional, pero cuando Ziryab llegó finalmente a Córdoba, Alhakem había muerto ya. Sin embargo, su sucesor, Abderramán II, no sólo cumplió con la palabra dada por su padre de acogerlo, sino que le ofreció un palacio y una paga de doscientos dinares al mes -una enormidad para la época-, y todo tipo de parabienes que le significaron una posición en la corte que parecería exagerada, teniendo en cuenta que era un recién llegado al país.


El árbitro de la elegancia. El hombre que sabía de todo.

Ziryab no sólo cantaba y tocaba bien, muy bien. Era exótico, diferente, pero dentro de unos mismos parámetros culturales y religiosos. Un músico llegado de la India, o de China, o la Escandinavia vikinga, por decir algo, quizá habría gustado, pero también habría sido muy posible que resultara demasiado distinto, extraño a una cultura como Al-andalus, donde los árabes y bereberes que llegaron durante la conquista, y en años posteriores, se fueron mezclando con los conversos y sus descendientes, los muladíes, y donde cristianos y judíos -en aquella época, todavía numerosos; fue a partir de los primeros almorávides, y su fanática intolerancia, cuando unos y otros emigraron al norte, a docenas, o quizá cientos de miles, fortaleciendo a los reinos cristianos en todos los sentidos- habían ido aceptando, al menos en parte, la cultura dominante, aparte de un árabe cada vez más dialectal y particular. En pocas palabras, Ziryab trasladó melodías, canciones, estilo, instrumentos, de Oriente, del Sham -Siria y Líbano, principalmente- de Irak -la antigua Mesopotamia, como la llamaban griegos y romanos- y Persia y la antigua Media -más o menos, el actual Kurdistán-, aparte de lo que pudo aprender en África. Tras la independencia del emirato con el omeya Abderramán I, el contacto exterior con otros musulmanes fue, sobretodo, con el Magreb, y lo que sucedía más al Oriente no era muy conocido, más allá -y un poco por encima- de los acontecimientos políticos y militares.

"El jardín de Ziryab", una ilustración medieval donde, se supone, el músico regala su arte a todos los que deseaban escucharle.

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El laúd que tocó Ziryab quizá fuera como éste, aunque él le dio nueva forma, alargando el mástil, y aligerando el peso. No se sabe, realmente, qué forma definitiva tuvo su "neo-laúd".

Añadió al laúd árabe una quinta cuerda -la llamó "la cuerda del alma"-, mejorando su sonido, aunque la idea de que, en cierto modo, fue el inventor de la antecesora de la guitarra española, resulta un tanto discutible -aunque no por eso tiene que ser falsa- Cronistas e historiadores posteriores, y no me refiero a actuales, sino a no muy posteriores a su época -la Baja Edad Media- hablaban sobre dos guitarras españolas: la morisca -del territorio islámico; en aquellos tiempos, quizá sólo el Reino de Granada-, y la latina -la de los reinos cristianos, sobretodo en Castilla, que debía incluir ya más de media Andalucia, además de Murcia, el antiguo Reino de León, etc.-. Esto hace pensar que la "proto-guitarra de Ziryab" tuvo dos "hijas", y que de una de ellas descendería la guitarra española moderna. En caso, claro está, de que fuera cierto que, como se cuenta, redujera el peso, cambiara la forma y alargara el mástil de la especie de laúd árabe que se encontró en España, claro está. Además, cambió el plectro de madera -una pieza de forma triangular, pero con ángulos redondeados, con el que se hacían sonar las cuerdas del laúd y otros instrumentos parecidos-, por uno fabricado con uñas o cañones de plumas de águila, fundó el primer conservatorio de música del mundo islámico, e introdujo en al-Andalus el tipo de canto árabe conocido como nubas.
Pero su memoria, imaginación, inteligencia, y seguramente, posibilidad de importar productos de Oriente, hizo que también fuera popular por la renovación cultural no sólo de la corte, sino de las costumbres de toda la clase dirigente -y de clases algo inferiores que intentaban imitarla- del emirato cordobés. Fue considerado un hombre elegante, con clase, experto casi en todo, que influyó en el vestido, la cocina -¿sabía cocinar? Es de suponer que sí, aunque fuera un poco-, y hasta el mobiliario: desde peinarse con flequillo -antes de él, lo habitual era peinarse con raya, y dejarse el pelo largo a los lados-, hasta recetas de cocina de Bagdad, el uso de manteles de cuero fino -no de tela-, el comer espárragos -aunque se sabe que, entre los romanos, se consumían, por lo menos, desde tiempos de los primeros emperadores- y habas tiernas, y el cambio de las copas de oro y plata, que quizá era herencia de tiempos romanos y godos, por otras de cristal tallado, más apropiadas para degustar el vino y otros licores -porque aquellos musulmanes, al menos una parte de ellos, no tenían problema alguna de beber vino; incluso, la España musulmana fue exportadora de vinos de calidad-. Otra costumbre que introdujo fue algo que hoy en día parece tan lógico como un orden a la hora de servir los platos, empezando por los entremeses, y acabando con los postres. Fue algo así como el introductor en Occidente -o re-introductor, tras los romanos- de la carta de platos.
Si es cierto que con él trajo supersticiones persas como el miedo al número trece, o a los espejos ratos, no está del todo claro, pero sí puede resultar posible. Al fin y al cabo, su cultura era tan persa como árabe, él era kurdo, y todo aquello empezó a hacerse popular al poco de su llegada a Córdoba.
Se podría decir que nunca hubo un sólo individuo que, sin ser ni gobernante, ni filósofo, teólogo o riquísimo mercader capaz de traer al país todo tipo de productos extranjeros, llegara a influir tanto en la cultura, el arte y las tradiciones de todo un estado y una sociedad, la del Emirato de Córdoba, que, además, era en su momento uno de los más avanzados y cultos del mundo.
Ziryab falleció en 857, en Córdoba, su patria de adopción, y aunque no se sabe dónde puede estar enterrado, tiene allá un monumento que recuerda su cultura, influencia y genialidad.
En 1990, el músico Paco de Lucía publicó un disco, "Zyryab" -también se acostumbra a escribir así su nombre- dedicado al genio multidisciplinar. 

El monumento dedicado en Córdoba a Ziryab, donde un pájaro -¿un mirlo negro?- se posa sobre un laúd por el transformado en el posible antecesor de la guitarra española moderna.




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