lunes, 28 de abril de 2014

La creadora de "El sueño de Sultana": Roquia Sakhawat Hussain.

Las dos primeras entradas del blog, después del prólogo, eran una traducción de su relato, pero se quedó en el tintero hablar algo más de ella.


Como queda dicho en el sub-encabezado, después de escribir el prólogo de mi blog, cuando no era más que un ejercicio anodino en un curso sobre internet, decidí traducir como pude, en parte con ayuda "informática", y en parte por mí mismo, y lo mejor que pude, un curioso relato con el título de "El sueño de Sultana" -"Sultana's dream", en versión original-, que se podría considerar, al tiempo, como una de las primeras ucronías -u obras de ficción política, o social, aunque también de ciencia-ficción, pues se hablaba de diversos avances tecnológicos- de la historia pero, además, quizá la primera que tuviera como protagonistas a las mujeres. Y el hecho de que su autor fuera, también, una mujer, y además musulmana, lo hacía, si cabe, más raro, por no decir casi único. Además, no era un cuento relativamente moderno, sino del siglo XIX. Y como no encontré ninguna traducción anterior al español, decidí empezar, por hacerlo yo mismo, sabiendo que no lograría, ni de lejos, el mismo resultado que un traductor profesional. Pero, en realidad, tampoco se trataba de un trabajo, sino de una mínima aportación a los que quisieran conocer a una autora, que yo sepa, casi desconocida en el mundo hispanohablante.
Ahora, después de más de un año, creo que no estaría de más hablar, aunque fuera un poco, sobre la creadora de dicha obra, y de otras, Roquia Sakhawat Hussain, o simplemente, Sakhawat, para no extenderse demasiado con el nombre.


La vida y la obra de una mujer única en su época y país.

Roquia -o Roquiya, según como se traduzca del bengalí- nació en 1880, hija de un terrateniente -zamindar, o arrendador, pues cobrara a colonos por cultivar tierras de su propiedad-, un hombre que, sin ser rico, tenía un alto nivel de vida, y que a pesar de tener buena relación con los dominadores británicos, no dejaba de ser, también, conservador tanto en lo religioso, como en lo político y social. Su país, Bangla-desh, formaba parte, unido al estado indio de Bengala Occidental, del Imperio Británico, y Bengala -en su conjunto, unidos los dos territorios- era parte importante, desde un punto tanto económico como cultural, de una India que era, para los monarcas británicos, la joya de la corona de su imperio mundial.
El padre de Roquia tenía una actitud ambivalente a la hora de educar a sus hijos, pero bastante habitual entre la población india -incluyendo como tal a la de los actuales Pakistán, Sry Lanka y Bangla-desh-, y no sólo entre los musulmanes: a sus dos hijos les dio una educación al estilo occidental, elevada, que incluía el aprendizaje del inglés, el idioma de los "amos", y la lengua más extendida, ya en aquella época, por todo el mundo. A sus dos hijas, en cambio, las obligó a vivir bajo el sistema y la ley no escrita de la purdah, de la que habló la escritora en "El sueño de Sultana", que consistía, básicamente, en el completo sometimiento de la mujer, desde su nacimiento hasta su muerte, a los varones de la familia: el padre, los hermanos, el marido y, si llegara el caso, también los hijos, aparte de la discriminación habitual por cuestiones religiosas, económicas y culturales.
En la infancia, aquello no significó demasiado, pues Roquia y su hermana Karimunessa aprendieron a leer y escribir, tanto en bengalí como en inglés, gracias a la ayuda de sus hermanos, que, debido a su educación en gran parte occidental -aunque sin perder la identidad bengalí-, tenían unas ideas bastante más abiertas que su padre y la mayoría de los hombres que les rodeaban, y les enseñaron en secreto multitud de cosas de diversas materias. Pero su padre no dejaba por ello de ser el amo y señor de la casa, y decidió que Karimunessa se casara a los quince años, arrancándola, literalmente, del lado de su hermana y hermanos, pues pasó a formar parte, en la práctica, de las propiedades de su nuevo y desconocido marido. Esto hizo que Roquia tomara conciencia de la discriminación, la "cosificación" -el tratar a humanos como cosas, como propiedad privada, en "bienes muebles"- de las mujeres en su país, y se juró a sí misma que, en cuanto fuera adulta, haría lo posible para cambiar aquel orden de cosas. Lo cual, realmente,  no era nada fácil. Los británicos, en general, no simpatizaban con el machismo del sub-continente indio -en cierto modo, les hacía olvidad el que ellos practicaban en su propio país, que aunque no era tan terrible, tampoco era poca cosa-, pero apenas hicieron algo para combatirlo. Más bien, pensaban que, si querían que los indígenas -como los llamaban- permanecieran tranquilos, mejor no tocarles ni las religiones, ni las costumbres ancestrales, por injustas que estas fueran. Aquella lucha, por tanto, podría estar inspirada en ideales llegados de Occidente, y en particular, de Gran Bretaña, pero poca ayuda podía esperar de los que, en teoría, eran sus garantes y defensores.

Una estatua de la begun Roquia Saksawat en la Universidad de Dacca, en Bangla-desh. El término "begun" se podría traducir por "señora", o "dama", y no sólo haría referencia a reinas y soberanas, o esposas de éstos, sino a cualquier mujer considerada sobresaliente en la cultura, sociedad, política, etc. El equivalente masculino sería "effendi".

En 1898, con sólo dieciocho años, Roquia se casó -probablemente, obligada, aunque es posible que diera el visto bueno a su futuro marido, pues en un futuro tendría una relación demasiado estrecha como para que, desde el principio, no hubiera, si no amor, sí un gran entendimiento mutuo- con un funcionario colonial, de nombre Syed Sakhawat Hussein, de quien heredaría sus apellidos, y que resultó bien distinto a la mayoría de los hombres de su país y su época. Lejos de estar en contra de la educación o la defensa de los derechos de las mujeres, consideraba que la India -no se pensaba en una Bengala independiente en aquella época; no, al menos, de una forma seria y profunda- debía fomentar la educación para toda su población, o, al menos, cuantos más indios fueran primero a la escuela, y más tarde a institutos y universidades, mejor. Así, con una población alfabetizada, culta y educada, sería posible, si no la independencia -que se veía como algo lejano, aunque deseable y, por que no, factible- sí el autogobierno y el desarrollo económico, tecnológico y cultural. Y eso incluía educar por igual a hombres y mujeres, a musulmanes, hindúes y miembros de otras religiones, a habitantes de cualquier región o parte de todos los pueblos que formaban aquel enorme territorio. Él fue quién le animó a escribir, y, más adelante, el que le daría el dinero necesario para abrir una escuela sólo para niñas, en la que pudieron educarse generaciones de mujeres que no serían simples habitantes del país, siervas de la religión, el hombre y la tradición, sino auténticas ciudadanas, concienciadas y combativas. La mima Roquia dijo en varias ocasiones que, sin el apoyo económico y moral de su marido, y a pesar de lo que pudo aprender antes de sus hermanas, ella no habría podido hacer apenas nada por su pueblo, y que él fue, siendo un hombre que, por ley y tradición, nada le debía a su mujer en cuestiones de libertad, el que más hizo por la causa femenina.
En 1905 escribió y publicó "El sueño de Sultana", que tanto dio que hablar -también en Inglaterra, pues fue escrito en inglés, y en una revista, teoricamente, para británicos-, pero en 1909 sufriría un duro golpe, con la muerte prematura de su esposo. En lugar de hundirse, siguió con la lucha que ambos tenían, y ese mismo año fundó la primera escuela para niñas de toda Bengala, y que contaba con sólo cinco -sí, cinco- alumnas en Bagalpur, donde se hablaba el urdu -la lengua de muchos de los musulmanes de la India, y que no deja de ser un dialecto del hindi, pero con alfabeto arábigo- y que cerró al año siguiente, por problemas con la familia de su marido. Pero perseverando, volvió a abrir en Calcuta otra escuela, en 1911, que en 1915 ya contaba con 84 estudiantes en 1915. La escuela, con el nombre de Sakhawat Memorial Girl's School, sigue todavía abierta, y es toda una institución, no sólo desde un punto de vista educacional -con toda seguridad, otras escuelas, privadas, cuentan con más medios y profesores- sino, sobretodo, histórico y social.
Pero como la educación de las niñas no podía ser suficiente, sino que también había que levantar de su postración, concienciar y animar a las mujeres adultas, en 1916 crearía la Asociación de Mujeres Musulmanas -en aquella época, musulmanes y hindúes estaban muy separados pero, además, se trataba de combatir la discriminación dependiendo de qué clase era, según religión o cultura de cada mujer, y Roquia conocía, básicamente, la situación de sus correligionarias musulmanas, que donde vivían, eran mayoría-, y, en 1926, presidiría la Conferencia a favor de la Educación de las Mujeres, que tenía ámbito nacional e interreligioso. Seguiría presidiendo las distintas conferencias, y manifestándose en periódicos, o por medio de nuevos relatos, hasta su temprana muerte, en 1932, cuando estaba participando en uno de los actos una conferencia que englobaba mueres de toda la India. El día de su muerte, el nueve de diciembre, se celebra en Bangla-desh -a pesar de que su escuela abrió y sigue existiendo en Calcuta, la India, y de que allá prosiguió su lucha, por ser esta ciudad la capital cultura y económica de todos los bengalíes, nació en el país vecino, y los bangladeshíes la consideran una auténtica heroína nacional; no andan muy sobradas de ellas, precisamente, y no era cuestión de olvidarla- "el día de Roquia", que no sólo celebran las feministas, sino numerosos bengalíes -a uno y otro lado de la frontera- progresistas y modernizadores, que no se dejan amilanar ni por la corrupción, ni por el creciente integrismo islámico, ni por el machismo todavía existente, ni por otros enormes problemas de las dos partes de la antigua Bengala: miseria, explotación laboral -en no pocos casos, pura esclavitud con otro nombre-, extrema superpoblación, conflictos entre religiones, etc.
Otra obra importante -entre algunos cuentos fantásticos- sería "Parmalag", en español "Flor de loto". Existe, desde hace ya mucho tiempo, una traducción en inglés, pero, que yo sepa, no en español. No es un relato corto como el de Sultana, sino una novela -no especialmente larga, pero tampoco es un cuento-, y se le considera una utopía para las mujeres, aunque quizá no sea del todo correcto, pues la autora no pensaba en utopías inalcanzables, sino en avances en el presente, en el mundo real. Y resulta algo más amargo, también más realista, que el cuento que le antecedió, pues más bien se habla de una especie de santuario donde pudieran refugiarse las mujeres maltratadas, huidas o cansadas de explotación o desprecio, y donde podían ser ellas mismas. Además, escribió un  ensayo que no pudo acabar, "Los derechos de las mujeres", que es considerado una especie de testamento político. En todos sus relatos, desde el primero, "Pipasha" -sed-, en 1902, exhorta a las mujeres, sin distinción de raza, credo o clase social -y en cierto modo, a los hombres que no estuvieran de acuerdo con la sociedad en la que vivían, pues nunca defendió el odio o desprecio sobre el varón, sino que intentó dar a entender a éste, con humor y lógica, los errores, y horrores, que la sociedad machista imponía a las mujeres- que no se estuvieran quietas, y lucharan por sus derechos.

Una imagen de la versión teatral de "El sueño de Sultana", en el festival de teatro de Dacca -Dakha Hay-, en Bangla-desh, de Naila Azad Nupur -directora y "madre" de la idea, con varias jovenes actrices del país.

Coches voladores, por el ilustrador frances Vilemard, que, según algunos, podrían haberse inspirado en los de "El sueño de Sultana", pues la postal -como otras- detan de 1905-6, cuando la historia se publicó no sólo en la India, sino también en Europa. Para el que quiera ver la colección entera, todo un ejemplo de la fantasía científica de la "belle époque" , ver este enlace.

sábado, 26 de abril de 2014

Un relato de un concurso literario: "Dedicación absoluta".

El relato original, y el que acabé mandando, para participar en el concurso literario de la librería de mi ciudad.


Hará cosa de un mes, una de las tres librería de Reus, mi ciudad, que en principio prefiero no nombrar, no porque tenga nada malo que decir, sino porque Reus es un pañuelo y nos conocemos todos, aunque sea de vista, y no sé que podrían pensar sobre lo que pudiera escribir, organizó un concurso de micro-relatos, en el que decidí participar. Nos pedían que incluyéramos, en el título o en el texto, la expresión "olor a libro", y que, realmente, no tengo demasiado claro si lo hice como debía, pero, obligatoriamente, también, éste debería tener una extensión muy corta, creo que unos 160 palabras, lo cual me resultó un problema, pues a mí me cuesta contar algo en un espacio tan pequeño.
Así pues, decidí irme a la biblioteca, a escribir en paz y silencio, puse sobre el papel un relato corto, sin pensar en su extensión real, y ya en casa, corregí faltas, le cambié el título y algunas frases, y, una vez pasado al ordenador, decidí grabarlo, porque me gustó como quedó. A partir de esa primera copia, empecé a realizar un auténtico trabajo de poda y reducción forzosa, que me hizo eliminar frases completas, acortar otras y, finalmente, quitar una palabra de aquí, y otra de allá, hasta llegar al número exacto, creo, que me pedían.
Como es de imaginar, no gané. Ni tan siquiera pude asistir -lo que me fastidió bastante, la verdad- a la entrega de premios. Así que no sé cómo serán los relatos ganadores -fueron tres-, aunque teniendo en cuenta que me paso bastante por allá, tal vez pregunte. La curiosidad puede ser un vicio, pero en no pocas ocasiones, un vicio muy entretenido.
Así pues, y como ya puedo hacerlo, he decidido poner aquí las dos versiones de mi relato, la larga y la corta y definitiva. No es que sean gran cosa, lo sé, pero ya que tengo blog, me gusta velo "publicado" de alguna forma. 
Esta es la primera versión, la que se podría llamar "extendida":


DEDICACIÓN EXCLUSIVA. (OLOR A LIBRO: VERSIÓN EXTENDIDA).
Otro día más, en la ocupada y ¿solitaria? existencia de la bibliotecaria. Una jornada más, para ordenar lo que parecía ser el recopilatorio definitivo del saber y la imaginación humanos. Trabajo este, el de conservación, ordenación, clasificación, restauración y comentario de miríadas de obras, que a Omega -¿por qué, semejante nombre? Lo imaginaba, pero prefería no pensar más en ello; demasiado doloroso, el hacerlo- no le resultaba en absoluto penoso. Más bien al contrario. Tenía la completa seguridad de que había venido al mundo para acometer, exactamente, tan hercúlea tarea. Se movía, casi flotaba, por  aquellos largos pasillos, atestados de obras, como si estuviera en su propia casa, pues de eso mismo se trataba. Se enorgullecía de su pericia en su profesión, mientras descubría diariamente multitud de nuevas obras y autores para ella desconocidos, mientras sentía el olor a tinta y a papel de viejos tomos, aspiraba polvo de siglos, acariciaba viejas tapas y lomos de piel, trataba con cuidado extremo milenarias tablillas de barro cocido, papiros greco-latinos, pergaminos medievales, tomos del Medievo o el Renacimiento, libros de bolsillo de multitud de ediciones y editoriales…
Sabía, al mismo tiempo, y eso le dolía, que su esfuerzo y dedicación, tan concienzudos que llegaban a ser en ocasiones, y que tanta felicidad le producían cuando se olvidaba de todo lo que le rodeaba excepto su trabajo, no servirían de mucho. De nada, realmente, excepto para sí misma. Llevaba años, décadas, realizándolo en solitario, y sólo para ella, y podría seguir haciéndolo durante siglos, generaciones, pues para eso mismo fue creada. Omega, la superviviente de las de su clase, la mejor de todas ellas. La última bibliotecaria, en un mundo muerto, excepto por los libros que cuidaba y ordenaba. Ella que, curiosamente, ni tan siquiera era humana. ¿Pero cómo negar a una máquina su humanidad, cuándo es la última guardiana de la herencia de sus creadores, tanto tiempo ya desaparecidos, y reducidos a polvo y a un mal recuerdo, excepto el que ellos mismos dejaron por escrito?
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Y esta la corta, que es la que presenté al concurso. No me gusta especialmente, pero no supe resumirla mejor:

 DEDICACIÓN EXCLUSIVA.
Otro día más, en la  existencia de la bibliotecaria, ordenando  el recopilatorio definitivo del saber e imaginación humanos. Conservación, clasificación, restauración,  comentario de miríadas de obras, que a Omega no  resultaba en absoluto penoso.  Tenía la  seguridad de que había venido al mundo para acometer,  tan hercúlea tarea. Flotaba por  pasillos atestados; orgullosa, gozosa, descubría diariamente  nuevas obras y autores  desconocidos, mientras sentía el olor a tinta y  papel de viejos tomos, aspiraba polvo de siglos, acariciaba viejas tapas  de piel, trataba con cuidado milenarias tablillas de barro, papiros greco-latinos, pergaminos medievales, libros de bolsillo de prosaicas  ediciones…
Sabía que su trabajo no serviría de nada, excepto para sí misma. Llevaba años realizándolo en solitario. Podría seguir durante siglos. Para eso fue creada. Omega, última bibliotecaria de un mundo muerto, excepto por los libros que cuidaba. ¿Cómo negar a una máquina su humanidad, cuándo es la última guardiana de la herencia de sus creadores, y su recuerdo escrito?
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Buena, pues ya está. La próxima vez, prometo una entrada que me haya trabajado más. Esto lo que escribí en una tarde, pero no en esta, sino hace ya un mes. 


El último reducto de la herencia cultural humana. Sin humanos, lamentablemente, detalle importante.

martes, 22 de abril de 2014

Emilio Carrere, y la Torre de los Siete Jorobados.

Uno de los principales autores del folletín español, que apenas pudo subsistir después de la guerra, y que ha sido recuperado en los últimos años.


Éste quizá sea el primer escritor español del que hago una entrada completa, y no es, lo que se dice, un personaje especialmente desconocido, aunque tampoco totalmente olvidado, ni mucho menos. Carrere siempre ha quedado en el recuerdo, al menos en Madrid y alrededores, de escritores, periodistas y conocedores del ambiente cultural capitalino, y de las distintas corrientes literarias que allá existieron, y siguen existiendo. Además, el caso de Carrere es un tanto especial, pues fue, al tiempo, poeta serio y novelista de folletín que poco en serio se tomaron muchos, pero que también tuvo, durante mucho tiempo, gran número de seguidores y simpatizantes, además de que, en los últimos años, gracias sobretodo a la editorial Valdemar, que ha ido publicando una parte considerable de su prosa -la que, paradojicamente, mejor ha resistido mejor el tiempo, aunque en su momento se le considerara literatura "de usar y tirar"- en los últimos años. Parte importante de la llamada "bohemia madrileña" -¿algo que ver con la igualmente muy madrileña "movida"? Realmente, a primera vista, poco; pero si se ve ambos acontecimientos culturales con una ruptura con lo antiguo, y una mirada al exterior, y al deseo de experimentar y renovar, la verdad es que sí, que hay ciertos paralelismos, salvando las distancias-, fue todo un personaje en sí mismo. Así que mejor no extenderse más en el preámbulo, y hablar un poco del personaje y su obra.

El Madrid de la época de Carrere y los bohemios.

Un señor de la Villa y Corte: el portaestandarte de la bohemia, que acabó riéndose de ella.

Emilio Carrere (1881-1947) fue hijo de madre soltera, Eloísa Carrere, de la que heredó su apellido, y de un abogado de renombre, Senén Canido, que no quiso reconocerlo para que el tener un hijo natural -así se llamaba, de forma fina, a los que en otra época se les llamaba "bastardos", o hijos nacidos fuera del matrimonio- no entorpeciera su carrera política. Eso sí, aunque de cara a la galería lo ocultara, no tuvo problema, por lo menos, de ayudarle económicamente en lo que pudo, mientras no se notara demasiado. Al mes de nacer Carrere, murió su madre, y pasó a ser criado y mantenido por su abuela materna, así que Canido, al menos tuvo el detalle de ayudar a abuela y nieto económicamente durante años.  Más adelante, el padre quiso llevárselo a vivir con él, y buscarle un empleo en la administración pública -un clásico, lo de "enchufar" hijos y otros parientes en una sobredimensionada administración-. Cuando Canido falleció, además, le dejó en herencia una buena cantidad de dinero, además de su gran biblioteca privada.
Cuando todavía vivía con su abuela, se aficionó a la pintura, más adelante a la interpretación teatral -se apuntó a una asociación obrera de teatro, pues en aquel momento, apenas recibía apoyo de su padre, y no se podía permitir algo mejor-, y de allá, pasó a aficionarse a los billares, además de conocer al dramaturgo de zarzuelas Federico Chueca. De los billares, poco después, pasaría a los cafés y locales nocturnos, a las buenas -aunque extrañas- y malas compañías, a los prostíbulos, y a las juergas nocturnas, con francachela de amigotes, y buenas borracheras. No es que Carrere fuera un vicioso bueno para nada, porque siempre, de una u otra forma, supo buscarse la vida, pero que le gustaba vivirla al máximo, al menos en su juventud, y no tan joven también, estaba claro.

Ilustración -tal vez de finales de los años 10, o muy principios de los 20-, de autor desconocido, que retrata a Carrere -el único del que se puede ver el rostro, vestido de negro y fumando- con otros bohemios en el café Valera de Madrid.

En vista de que le iba el gasto, y de que su abuela cayó enferma -todavía, de todas formas, no había empezado a gastar con demasiada largueza-, su padre decidió echarle una mano, así que lo hizo entrar en el Tribunal de Cuentas -que si era más o menos que el tribunal del mismo nombre que hoy en día existe, se dedicaba a calcular en qué se gastaba el dinero la administración, llegando a conclusiones que, fueran o no escandalosas, de poco servían, porque lo gastado, gastado estaba, y si era en exceso, nadie reconocía haber metido la mano, o alargado el brazo en exceso-. Más adelante se le echaría en cara que Carrere presumiera de bohemio y, al mismo tiempo, fuera funcionario -y no sólo recibió esas críticas en vida, sino mucho después de fallecer; Paco Umbral, por ejemplo, lo hizo décadas después de que muriera-. Pero él, realmente, no parecía darle a ello importancia. Precisamente, decía, el ser bohemio exigía tener algún tipo de ingresos, porque no se vive del aire. Es lo que se llamaba "la bohemia rosa", tan en boga en Francia o Bélgica, por ejemplo, de rentistas, nobles o gentes con cargo público o negocio familiar que tenían buenas rentas de las que ir tirando, y en contraposición con "la bohemia negra", llena de hambre, miseria, alcohol barato, tifus y tuberculosis.
Después de haber leído de lo nuevo y de lo viejo, empezó a publicar sus primeras obras, que fueron poéticas, y no precisamente humorísticas o de misterio, sino de lo que, en aquella época, se llamaba "decadentismo", y que era una especie de "post-romanticismo", pero tamizado por ciertas influencias góticas y pesimistas, aunque sin olvidar un cuidado en las formas, y una belleza en las descripciones y rimas. No soy experto en poesía, pero después de leer algo de su obra en rima, está claro que, quizá, ahora sus versos pueden resultar un tanto pasados de moda -aunque esto, creo yo, es muy relativo, y con toda seguridad, habría mucha gente que le agradaría poder recuperar a este Carrere poeta, tan despreciado por no pocos antologistas, que nunca lo incluirían en un resumen de la poesía ibérica-, pero la influencia del modernista Rubén Darío, del que se declaraba acérrimo admirador, mucho o poco, se nota. Para el que quiera leerlo, destacar, entre otras, "La corte de los poetas, florilegio de rimas modernas", y "El caballero de la muerte", de 1908, donde se incluye un poema, "La musa del arroyo", que he encontrado en este blog de poesía., que sería un ejemplo claro del llamado "estilo decadentista", del que se hacía gala.Se casó en 1906, tras conocer a su mujer, como no, en una fiesta -más bien, en una verbena popular-, aunque eso no le impidió, más bien al contrario, seguir teniendo una vida social, como mínimo, animada. Un año después, sin dejar la poesía, se dedicó a publicar en diversas revistas novelas cortas sobre el Madrid de los barrios bajos, en los que era un consumado experto -no sólo por sus correrías nocturnas, sino también por ser hombre sin demasiados miramientos ni manías sociales como para relacionarse con todo tipo de gente, que no tenían problema en contarle sus vidas y penas, pues era, eso sí, hombre abierto y que sabía cómo conseguir que los demás se encontraran a gusto en su compañía, y hablaran de lo que a él le pudiera interesar-, caso de relatos como "La conquista de Madrid" -sobre un pobre tipo que llega del pueblo pensando que se va a comer el mundo, y que acaba en la miseria-, "Rata de hotel" -el enfrentamiento entre un ladrón de guante blanco y el detective del hotel donde éste quiere robar-, "La tristeza del burdel" (1913) -o como se ha comentado en alguna ocasión, "la chula madrileña en el folletín de Carrere", o el recuerdo de "la golfa barriobajera de mantón y peineta", casi desaparecida ya en los años 20; para más información sobre estos personajes femeninos, mirar aquí-, o "La emperatriz del Rastro", que sería, dentro de la atracción de Carrere por la cara miserable y peligrosa de la vida, más costumbrista y realista. Más adelante, seguiría con la temática de "la mujer de mala vida" -por propia causa, o ajena-, con "Las sirenas de la lujuria" (1923), pero en cuestión de estilo y temática, no variaría demasiado. Gustaba de probar distintos temas, y en ocasiones abandonaba -aunque fuera temporalmente- unos para dedicarse a otros, pero no había una progresión, o distinta visión, al menos muy clara, a la hora de tratarlos, a medida que pasaba el tiempo. Otras obras, como "El reino de la calderilla", darán buena idea de su visión del Madrid marginal, sus prostitutas, chulos, delincuentes, lumpen-proletariado, vividores y buscadores de la vida, en una novela coral -antes de que usara dicha expresión-, con multitud de personajes, creada a partir de relatos más cortos, pero con consistencia e identidad propia.

"La casa de la Trini" (1924), una de las novelas cortas de Carrere sobre prostitución y el "Madrid de noche"

Siendo ya habitual su participación en revistas como La novela corta, La novela de Hoy, El cuento semanal, La novela de noche (¿de noche?), etc., se hizo un nombre entre los editores, y no pocos de ellos estaban dispuestos a pagarle, y no poco, por sus historias. Historias que, si resulta posible -difícil, realmente- poder leer gran parte de su extensa obra -tan extensa y dispersa, que nadie, probablemente, la conozca en su totalidad hoy en día-, en no pocas ocasiones, eran versiones de relatos anteriores del mismo autor, donde se cambiaban nombres de personajes y lugares, y poco más, pues Carrere, como todo autor de folletín, no dudaba en "fusilar" su propia obra, como tampoco tenía problema en el uso de los llamados "negros", o autores que escribían, y escriben -que todavía los hay, y muchos- ocultando su nombre, y permitiendo que su obra lleve el nombre de un autor más famoso que ellos -aunque en su caso, más allá de "La torre de los Siete Jorobados", no está claro de la existencia de ninguno más-. Pero esto era, y es, de lo más habitual, tanto en el folletín europeo, sobretodo el francés, y no sólo de gente como Feval o Ponson du Terrail, considerados injustamente como autores "menores" -que quizá no se sirvieron de "negros", pero sí que aprovechaban y re-aprovechaban al máximo todo lo que escribían- sino también en escritores mucho más famosos y "respetables", como Dumas, o, antes que él, el español Lope de Vega -a no ser que se tratara, en ambos casos, de individuos con una imaginación y capacidad de trabajo casi sobrehumanas-, o, si no nos movemos de época -las tres primeras décadas del siglo XX-, pero sí de continente, autores "pulp" como Robert E. Howard, que con toda seguridad, escribió todo lo que firmó -y más-, pero que "canibalizaba" sus relatos siempre que pudo, transformando al pirata en pistolero. O en Conan, si hiciera falta.


"La Torre de los Siete Jorobados", y el adiós a la vida bohemia.

En 1924, Carrere escribiría su única novela de larga extensión, pues el resto de su obra en prosa oscilaba entre el cuento largo, y la novela corta -sin tener demasiado claro cuando acaba uno, y empieza el otro; en el mundo anglosajón, prácticamente hay un cálculo matemático, un número exacto de palabras que hacen de una obra lo uno o lo otro, pero en el mundo latino, todo es cuestión de opiniones-. Sin embargo, esta historia tiene algo que no se acostumbra a comentar demasiado: el hecho de que fue escrita "a cuatro manos", incluso a seis.
Aquí, me baso en el doble trabajo de un artículo de la "Revista de estudios literarios", de la Un. Complutense de Madrid, de la que dejo un enlace para quien quiera leerlo en su totalidad; y en un prólogo, más bien un pequeño y bien documentado estudio, que hace Jesús Palacios en una edición de dicha novela, para la Editorial Valdemar. En pocas palabras, decir que cuando el editor de la revista literaria "La novela corta", Juan Palomeque, decidió publicar un relato más largo escrito por Carrere -que en aquella época, 1924, tenía no pocos seguidores, y publicaba casi cualquier cosa que se propusiera-, se encontró que éste, que nunca destacó por su profesionalidad o fiabilidad como persona y escritor, le entregó un montón de hojas en que se entremezclaba la primera parte de una novela ya publicada, "Un crimen inverosímil", de 1922, con hojas sueltas donde se presentaban personajes y escenas nuevas, escritas a mano o a máquina, con hojas en blanco -simplemente, para hacer bulto- y hasta hojas de periódico. En resumidas cuentas, un material que, por sí solo, apenas valía nada. El bueno de Palomeque ofreció una buena cantidad de dinero a Carrere para que completara la novela -e hiciera "asimilable" una historia que, en parte, sería un refrito de una obra anterior; de acuerdo que muchos lectores no eran demasiado exigentes, ni se daban por enterados, ante semejante caradura, pero todo tenía un límite-, pero el autor dijo que no, que aquello se quedaba como estaba, y él no tenía ganas de seguir, y que tenía otras cosas en mente.
Así pues, Palomeque -uno de los tres "pares de manos" que parieron la novela-, decidió  buscar  a alguien      -tercer "par de manos"- que completara aquel material -el de Carrere, el "segundo par"-. Y para eso contó con un joven escritor de la naciente ciencia-ficción española -los años veinte diez y veinte, hasta principios de los treinta, vieron aparecer la literatura de género española, que la guerra y la dictadura casi aniquilaron-, el, lamentablemente, ya casi olvidado: Jesús Aragón, el inventor del Capitán Sirius, uno de sus personajes más importantes, lo más parecido a un astronauta de la CF hispana de la época. Cerca de dos tercios de la obra sería, en mayor o menor medida, obra de Aragón, y a Carrere habría que reconocerle -se supone-, el casi tercio del principio, y los dos últimos capítulos, que no son, precisamente, lo mejor de la novela. En medio, el "negro" -que es como se ha llamado siempre en España a los escritores de encargo, ocultos, que escriben en nombre de otro más famoso que ellos, literato éste o no- no sólo demostró saber imitar a la perfección el estilo y las temáticas del maestro, sino que no dudó en añadir personajes de otras obras de Carrere, lo que hizo más creíble para los lectores que toda la novela era autoría de éste. Y ver al aventurero y arqueólogo -y cuentista, pero de sus propias "hazañas"- Arnulfo del Arco acompañar a los héroes de la novela, no dejó de ser una grata sorpresa de quienes lo conocían de "La calavera de Atahualpa".

La ciudad subterránea y misteriosa de la novela de Carrere, llevada al cine.

¿Y de qué va la novela? En resumen, de un personaje de la bohemia dilapidadora, Basilio, que cree ver a un extraño tuerto que no está tan vivo como podría pensarse, y que le pide que descubra quién le asesinó, y que hace que el jugardor y amigo de damas de mala vida, en unión del "Duende de la corte", un periodista sensacionalista, y del comisario Sirio -auto-homenaje de Aragón a su personaje espacial, el capitán Sirius-, se enfrente a una banda de malvados y oscuros jorobados, que se refugian en una extraña y desconocida ciudad subterránea -en realidad, al menos en parte, una sinagoga abandonada y olvidada, que existió antes, incluso, del "Magerit" islámico, el primitivo Madrid fundado por los musulmanes como una simple plaza fuerte militar de escasa población civil-. Y todo eso, con peleas, persecuciones, disparos, extraños robos, etc. Tal vez, hoy en día, la obra parezca un tanto inocente, pero si se lee sin prejuicios, no deja de pasarse un buen rato en su lectura y compañía -porque los libros, también, acompañan; y son compañías que bien pueden elegirse, tal vez mejor que las de muchas personas-.

Anuncio -un tanto simple, pero era la época- de la versión cinematográfica de "La Torre de los Siete Jorobados".

Carátula de la versión en DVD, inspirada en imágenes de la película original.

En 1944, Edgar Neville -que a pesar de su nombre, era madrileño- estrenó una versión cinematográfica en una España que no estaba para muchas historias de fantasía -ni de ningún tipo, pues gran parte de la población tenía que sufrir una posguerra que era una auténtica película de terror, desgraciadamente, esta sí muy real- y pasó casi sin pena ni gloria, incluso dentro de la filmografía de Neville, que tampoco fue una de las estrellas de la época. El mismo Carrere participó en el guión, y fue, prácticamente, casi lo último que ejerció como escritor, en el sentido más amplio. Sin embargo, no hace tanto se restauró el original, y se puede comprar en DVD, aunque sea muy difícil encontrarlo, excepto por compra directa por internet. Pero algo es algo. Por lo menos, al contrario que otras obras, ésta -con bastantes diferencias del original, con un personaje más recto y formal, y con una bella enamorada de por medio- no se ha perdido para siempre. En el último enlace que he colocado, también se puede leer sobre la película, además de la novela.Aparte de ello, Carrere, desde hacía ya tiempo, se interesó en el mundo del espiritismo. De joven, cuando se interesaba en todo -y casi todo lo creía, aunque con cierta rechufa-, defendió a mediums e iluminados; con el paso del tiempo, se despertó en él el escepticismo, y finalmente, no dudó en reírse de lo que consideraba pura superchería, y así lo reflejó -en su triple cara: defensa, escepticismo, burla- en cuentos y en artículos periodísticos, recogidos en los últimos años en la antología -de genial título, incluso para alguna de las muchas novelas de zombies que se encuentran casi por todas partes- de Valdemar llamada "Los muertos huelen mal", que también es el nombre de uno de sus relatos principales, junto a otra novela corta, "El destino payaso" -también llamado "El arte de fumar en pipa"; puro espiritismo castizo- y "Gil Balduquín y su ángel", todavía, si cabe, más humorístico y casi paródico, aunque sin dejar de lado el conocimiento del mundo del que habla.
Igualmente, destacar sus relatos plenamente góticos, que escribió en las décadas de los 10 y 20 -más o menos, entre 1916 y 1922, en la revista "La novela semanal"-. La mejor historia, la más truculenta y plenamente gótica -secuestro y asesinato de niñas de por medio- sería "La casa de la cruz"; además de "Un crimen inverosímil", que sería el germen de "La Torre de los Siete Jorobados"; y "Las inquietudes de Blanca María", donde se mezclan brujería y espiritismo en la Castilla medieval y profunda -una época un tanto oscura, ya de por sí-; o "La conversión de Florestán", donde se mezcla lo oscuro y fantasmagórico con un humor negro muy hispano.

Una reunión de aficionados -más bien, crédulos- en el espiritismo, que tuvo mucha fuerza en Gran Bretaña y Rusia en el siglo XIX, pero que continuó teniendo defensores a principios del XX en toda Europa, y también en España.

La publicación de sus relatos, poesías y artículos le permitieron ganarse bien la vida, pero su vida de despilfarro hacía que todo ello no fuera siempre -en realidad, casi nunca- suficiente. En 1929 muere su padre, y deja a su nombre una sustanciosa herencia. Así, puede cambiar de piso, a uno mayor, y comprarse un automóvil. Pero aún así, siempre tuvo problemas de liquidez. Ideológicamente, es difícil creer que Carrere creyera con fuerza en ideal político alguno, pero, si bien en su juventud simpatizó con el socialismo, incluso con el anarquismo -aunque no con el terrorismo de esta ideología-, con el paso de los años, se volvió monárquico y conservador -según algunos, a medida que aumentaba su nivel de vida, y se relacionaba con "gente bien"; y más, tras heredar de su padre-, llegando a escribir en periódicos de extrema derecha o ultracatólicos. Durante la guerra se libró de ir al frente haciéndose pasar por loco -y por medio de "satisfacer" económicamente a quién hizo falta, se entiende, aunque para salvarse de la quema tuviera que pasar un tiempo interno en un manicomio-, aunque con la edad que tenía ya -unos cincuenta y cinco años al comenzar la guerra, si no calculo mal-, más bien habría sido obligado a trabajos en la retaguardia. Tras el conflicto, se posicionó a favor del régimen, aunque no parece que colaborara de forma activa en él. Más bien podría considerarse que, a su edad, y por su situación social, le convenía más estar con los vencedores. Igual que renegó de la bohemia, a la que en su momento abanderó, y olvidó a amigos y enemigos cuando hizo falta, también se cubrió con la bandera de los vencedores cuando le hizo falta. No era un ejemplo de heroicidad, cierto, pero eso tampoco le transformaría en una figura del fascismo. Con el paso del tiempo, sin embargo, dejó casi olvidada la escritura, excepto el periodismo, y el guión de la película antes mencionado, aunque eso no impidió que fuera nombrado "Cronista Oficial de la villa de Madrid" en 1943, cuatro años antes de su muerte.
Tras esta, por ser considerado demasiado afecto al régimen -de forma un tanto exagerada, la verdad, aunque sí que se pegó con demasiada fuerza a individuos poco edificantes; tampoco fue, realmente, para tanto- y por no haber sido autor de "literatura seria" -excepto su poesía, que acabó pasando totalmente de moda, un tanto injustamente, pues no era mal poeta-, fue olvidado hasta hace muy poco, en que gran parte de su obra ha sido reeditada, e, incluso, han aparecido artículos en webs, y hasta blos o páginas completas dedicadas a su persona y obra.
Para ejemplo, este blog, dedicado enteramente a él, y que organiza un concurso literario anual con referencias a sus obras o su persona.

sábado, 5 de abril de 2014

Gente de mi ciudad (III): Eduard Toda, el primer egiptólogo español.

Viajero, estudioso, escritor, arqueólogo... fue uno de los personajes más interesantes, y casi olvidado, de los hombres de ciencia españoles del siglo XIX.

Esta vez, en esta sección -o serie, o lo que sea- sobre personajes interesantes o destacables de mi ciudad, más allá del extraordinario arquitecto Antoni Gaudi, y del legendario -y con un pasado político y militar menos conocido de lo que podría suponerse- general Prim. En este caso, no se trata de un pintor, sino de lo que podría decirse, un intelectual, pues Toda fue, al tiempo, diplomático (en Egipto y China-Macao), arqueólogo, historiador y escritor, aparte de viajes que realizó por su cuenta y a costa de su bolsillo. En mi ciudad, Eduard Toda es, básicamente, el nombre de un instituto de secudaria -como Tapiró, más o menos- así que no está de más explicar algo, aunque sea bastante sucintamente, sobre este hombre extraordinario, destacando la información que encontré en la web "Historia antigua", dedicada, principalmente, al Egipto faraónico, y a la antigua Roma.

foto Toda circa 1883, arxiu IMMR
Toda con vestido de gala en alguno de sus cargos diplomáticos -sí, esta era la moda de entonces, aunque en otros países de Europa se vestían de una forma algo más "seria"-.


Nuestro hombre en Egipto. El primer egiptólogo español, casi por casualidad.

No resultaba extraño, el hecho de que Toda, como otros muchos europeos que viajaron o trabajaron, sobretodo en el mundo de la diplomacia, se dedicaran, más por gusto y por interés por el pasado que por cualquier otro motivo, a estudiar los tiempos remotos de las civilizaciones ya desaparecidas que existieron en los actuales Egipto, Siria, Irak, etc. Y el caso del reusense no fue distinto. 
Toda nació en 1855, y estudió secundaria en el Colegio de los Escolapios, donde compartió clase nada menos que con Antonio Gaudí, y con el futuro médico Josep Ribera. En aquella época, existía en Cataluña el deseo de recuperar el pasado medieval y antiguo -en no pocas ocasiones, muy idealizado, y con bastantes "licencias patrióticas"; aunque esto no era sólo típico catalán, o español; ocurría en cualquier país, como por ejemplo Italia, en vías de unificación-, la llamada "Renaixença", o Renacimiento. Este proceso cultural es largo de explicar, y no viene al caso, pero se entremezcló o sólo con mayor deseo de autogobierno, sino también con la adopción, al tiempo que se recuperaba -o reinventaba- el pasado, de estilos artísticos y literarios nuevos, vanguardistas, como es el caso del modernismo -o "art nouveau", en el mundo francófono-. Pero esta corriente, al tiempo artística, historicista y patriótica -más que nacionalista- también incluía proteger, o restaurar, el patrimonio del pasado que todavía estaba en pie. Pasó en Francia, por ejemplo, con la recuperación -más bien, la reconstrucción, casi desde los cimientos- de la ciudad de Carcassone, que hoy en día sería el ejemplo claro de ciudad medieval, cuando se olvida que, en gran parte, fue reconstruida en el siglo XIX, o del Barrio Gótico de Barcelona, que más bien sería "neogótico", pues muchos edificios tratan de ese mismo siglo. Pero también había edificios, monumentos, realmente antiguos, como el monasterio de Poblet -o el de Santes Creus, o el de Montserrat-, ejemplos del románico catalán,que en aquella época amenazaban ruina, y que los habitantes de los pueblos cercanos usaban como cantera para sus casas, muros, establos, etc. 
Toda fue, junto a sus amigos, uno de sus defensores, argumentando que si se quería estudiar el pasado, también se debía proteger y restaurar los monumentos de otras épocas. Lo hizo  en la revista "El eco del Centro de Lectura" -este "centro" lo era de cultura porque tenía una gran biblioteca, privada, y tendría más adelante un teatro, el Bartrina, que durante mucho tiempo sería el mayor de Reus y provincia de Tarragona, y que, aunque actualmente exista uno mayor, el Fortuny, no deja de ser, en cierto modo, el más querido por los reusenses-, pero también oralmente, a quién quisiera escucharle. Llegó, incluso, no sólo a estudiar el edificio en cuestión personalmente, sino a dormir allá para protegerlo del expolio. Aún así, su restauración tendría que esperar mucho más. Él habló de realizarla con apenas quince o dieciséis años, -la década de los 70 del XIX- pero tuvo que esperar hasta los años treinta del siglo siguiente.
Toda pudo conseguir, gracias a su tío -lo de tener padrino, siempre ha sido muy útil en España para entrar en cualquier administración- un cargo en lo que en aquella época se llamaba Secretaría de Estado, y actualmente, Ministerio de Asuntos Exteriores,  aunque los cambios políticos -más bien, el desbarajuste reinante- hizo que se quedara sin trabajo antes de empezar, pero estando ya metido en cuestiones políticas y de funcionariado, se presentó -y aprobó- para ocupar un cargo en dicha secretaría, con el curioso nombre de "escribiente primero tercero de de la interpretación de lenguas". Pero el cargo le duró poco, intentó infructuosamente librarse del servicio militar, por ser hijo de madre soltera -aunque ésta no tenía problema económico alguno, así que de poco le sirvió el intento-, y, finalmente, consiguió, en 1876, ser enviado como vicecónsul a la colonia portuguesa de Macao, en China.

Toda -segundo por la izquierda, aunque he visto la misma foto en otras webs, que dicen que era el primero, también por la izquierda-. Maspero, por lo visto, es el sentado más a la derecha, pero como en aquella época muchos hombres llevaban barba y bigote, y visten igual, no deja de ser una fotografía un tanto misteriosa, donde todo el mundo parece encontrar alguien conocido, pero nadie se aclara de quién es quién.


Por lo visto, no lo pasó demasiado bien, allá, pero sí que le sirvió para tener conocimientos de la lengua y la escritura chinos, así como de la historia y la cultura del inmenso país. Años más tarde, escribiría varios libros sobre el tema -"Historia de China"; "La vida en el Celeste Imperio"- que harían de él, perfectamente, si no el primero, sí el sinólogo español de más renombre de los que empezaron a interesarse por el gigante chino. Como pensó que quedarse en Macao no tenía demasiado sentido para su cargo -mejor viajar por el área-, visitó Cantón, Manila, Camboya y, finalmente, Japón. Escribió algunos artículos sobre ello, pero, básicamente, fue un experto autodidacta en China, pues no pudo estar demasiado tiempo en ningún otro país asiático.Cuando tuvo suficiente de Asia, participó en el movimiento cultural de "La Renaixença", viajó por Cataluña, escribió en diversos diarios y revistas -de todo tipo, porque todo le interesaba- y se hizo un nombre como persona culta, leída y viajera. No todos los días se podía encontrar a alguien que hubiera vivido y viajado por Extremo Oriente.
Pasados los años, Toda intentó que fuera enviado como cónsul o vicecónsul a algún país de Europa, cansado de las enfermedades y el clima asiáticos, pero no fue así. En 1884, de mala gana, fue enviado a Egipto, en aquella época un estado semi-independiente del Imperio Otomano gobernado por el jedibe -casi un rey sin corona- Ismail Pachá, interesado por acercarse más a Occidente, y adaptar a su país a la vida moderna. En aquella época, además, multitud de europeos habían acudido allá a trabajar como arqueólogos, intentar traducir jeroglíficos de tumbas y monumentos, dibujar o pintar los restos del antiguo esplendor faraónico -y poco después, también fotografiarlos-, y, en general, recuperar para el -su- presente la historia más antigua del país del Nilo. Sin embargo, muchos de estos occidentales -británicos, franceses, italianos...- también se comportaban como saqueadores, llevándose todo lo que podían, bien para exhibir sus "adquisiciones" en museos de sus respectivos países, bien para acrecentar sus colecciones privadas o, simplemente, para venderlas al mejor postor. Aún así, este saqueo extranjero, aunque sea con justicia criticado, también ha salvado numerosas piezas de arte que, de otra manera, podrían haberse perdido, destruido, o vendido a coleccionistas privados que los habrían encerrado en sus cajas fuertes, y que ya no se habrían podido ver en vitrina de museo alguno.


Toda vestido de momia, en el museo del Bulaq, en El Cairo. Aunque parezca mentira, esta costumbre de disfrazarse de momia o faraón, era bastante seguida por los europeos que vivían o viajaban por Egipto, por mucho que se las dieran, también -y con razón- de grandes arqueólogos o viajeros.

A este país llegó Eduard Toda. Congració en seguida con los europeos que allá vivían -sobretodo con los franceses; los españoles eran muy escasos-, y mientras visitaba las pirámides y los colosos de Memnón, enviaba información y pequeños restos arqueológicos a España, y conseguía que le ampliaran su misión como cónsul. Ni el enfermar de disentería evitó que abandonara en cuanto pudiera El Cairo -ciudad moderna para la historia egipcia, pues fue fundada por los árabes, por lo que cultural o monumentalmente hablando, no le interesaba demasiado-, mientras que no paraba de enviar notas a diversos diarios y revistas, que le pagaban por ello, y le ayudaban, así, a pagarse viajes y compra de restos arqueológicos. En todas aquellas aventuras -pues, en cierto modo, de auténticas aventuras en un país exótico se trataban, y que le llevaron a visitar las pirámides, la Esfinge, y las antiguas ciudades de Sais y Tanis- conoció al arqueólogo francés Gaston Maspero, experto en jeroglíficos -fue aventajado alumno de Auguste Mariette, uno de los grandes de la arqueología y filología francesas-, que le acompañó en el mayor de sus logros en cuestiones egipcias, y que más le llenó de orgullo: el descubrimiento y apertura de la tumba de Sen-Nedjem, que él llamó de Son Notem -en aquella época, se tenía poco claro cual sería la pronunciación de la antigua lengua egipcia, que todavía da más de un quebradero de cabeza a filólogos y lingüistas, y a pesar de contar con el conocimiento del copto, la lengua litúrgica, y a veces vehicular, de los cristianos egipcios; así pues, es comprensible sus dudas y errores a la hora de pronunciar o escribir nombres de aquellos lejanísimos años-. Dicha tumba estaba en el llamado "Valle de los artesanos", pues eran eso, artesanos y trabajadores, los que allá estaban enterrados -las pirámides y otros templos o palacios egipcios fueron construidos por trabajadores libres, que recibían un salario a cambio, y no por esclavos molidos a latigazos, como se piensa en ocasiones, aún hoy en día-. No está claro quién fue el descubridor. Se supone que fue el francés, pero que este permitió a su amigo catalán que fuera él en que tuviera el honor de abrirla. De todas formas, tampoco eso tendría demasiada importancia, pues ambos trabajaron en equipo, sin que hubiera un jefe y un subalterno -aunque, claramente, Maspero tenía que haber sido el que llevara la voz cantante, pues él era el auténtico egiptólogo profesional-. El año 1886 sería, por tanto, el más importante de su carrera como hombre multidisciplinar de la cultura.

Capilla en forma de pirámide -a imitación de las de faraones y grandes cargos políticos- de la tumba de Sen-Nedjem, artesano que trabajó para Seti I y su hijo, Ramsés II.

Ese mismo año volvería a España, donde no tendría tiempo para aburrirse: conferencias en Barcelona y en Vilanova i la Geltrú -allá, su amigo Victor Balaguer creó una institución con el nombre de su amigo, que, agradecido, cedió al naciente museo arqueológico de la población parte de su colección privada-; viaje a Madrid para notificar sobre su descubrimiento y adquisiciones, que le valió el formar parte de la Real Academia de la Historia -en aquella época, uno de los mayores honores para un historiador o arqueólogo en España-, y hasta recibió la Orden de Carlos III, por sus servicios a la cultura. Al año siguiente, otra parte, mayor, de todo lo traído de Egipto, fue adquirido por el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Todo aquello significó para Toda unos ingresos de 27.500 pesetas de la época, que aunque hoy en día sería casi una miseria por todo lo por él conseguido - la cantidad, traducida a euros, serían unos 165- en la década de los ochenta del siglo XIX, y aún teniendo en cuenta todo lo que Toda gastó en viajes y compras, era un dineral.

Detalle de una de las pinturas encontradas en Sen-Nedjem. Gran parte de lo hallado por Toda y Maspero se encuentra, hoy en día, en el museo de El Cairo.


Cerdeña, obras escritas, y últimos días.


Después de tantos viajes por Oriente, Toda deseaba un destino más tranquilo, así que, por mediación de la propia reina regente María Cristina -todo es tener un buen padrino, o madrina, en este caso- fue enviado a la isla de Cerdeña, sin un cargo oficial propiamente dicho -comisión de servicios, lo llamaban; para lo que hiciera falta, se podría traducir a lenguaje moderno-, donde descubrió, al poco de llegar allá, que existía en la isla una población, l'Alguer -l'Alguero, en italiano- en la que no se hablaba ni sardo ni italiano -o corso, otra lengua hablada en Cerdeña, aunque muy poco, en algunas pequeñas poblaciones del extremo norte-, sino en catalán. Él mismo -ni ningún historiador contemporáneo suyo- sabía explicar bien el por qué de la vigencia de un idioma que era claramente importado, pero hacía ya mucho tiempo. Por lo visto, la isla, que fue disputada por la Corona de Aragón y la república de Pisa -y más tarde, junto a Córcega, por Génova-, fue totalmente dominada por aragoneses y catalanes en períodos más o menos largos, en los que hubo cierta influencia cultural, pero poco más. Sin embargo, en determinado momento, los genoveses, que lucharon contra los venecianos durante buena parte del siglo XIV, ocuparon la población, con el apoyo de casi todos sus habitantes. Cuando la flota catalano-aragonesa la reconquistó, decidió expulsarlos hacia otras poblaciones de la isla -y quizá, algunos marcharan a Génova, a quienes seguían siendo fieles- y sustituyeron la población autóctona, de origen genovés -fue la familia Doria, quien la fundó, tres siglos antes- por inmigrantes catalanes, de ahí que la lengua no fuera impuesta a sardos, sino importada directamente por recién llegados. Sin embargo, la existencia de dicha ciudad de lengua catalana  fue olvidada con el paso de los siglos, y Toda fue, realmente, quién descubrió un hecho cultural tan curioso. Más tarde, escribiría un par de obras sobre el tema, pues aquí dejó la arqueología para pasarse, con la misma facilidad y determinación, a la historiografía -pues no sólo se limitó a escribir sobre historia, sino a recoger datos y recuperar recuerdos y documentos, pues se trataba de un tema no tratado antes por nadie-: "Un pueblo catalán de Italia: l'Alguer", y "Recuerdos catalanes de Cerdeña". Después de un breve retorno a España, volvería a la isla, y más tarde visitaría Roma, para conocer bien la situación política y social italiana, y desde donde enviaría numerosos artículos periodísticos a varios periódicos.
Después de pocas semanas en Cerdeña, tras volver de Roma -iba y venía, de un lugar a otro- pasaría una temporada en Madrid, desde donde se le enviaría como cónsul a Helsinki, en Finlandia -1889-. El que fuera cónsul, y no embajador, se debía a que Finlandia, en aquella época, no era un estado independiente, sino un gran ducado que formaba parte del Imperio Ruso, aunque con cierta autonomía -más tarde perdida, como Polonia, sin más razón que la obsesión de los zares y el pequeño centro de poder político-económico que manejaba los destinos de la atrasada y sufrida Rusia-. Sin embargo, una persona tan acostumbrada al clima mediterráneo no aguantó gran cosa, y, en cuanto pudo, volvió a España -estaba claro que el oficio de diplomático no debía de tomarse demasiado en serio, cuando se trabajaba en según que países, porque parece que los que debían realizarlo iban y volvían de su destino cuando les daba la gana-, para, más adelante, viajar por tercera vez a Cerdeña, donde, por encargo de su amigo, el periodista e historiador Víctor Balaguer, trajo a Reus -por su cuenta, sin que nadie se lo pidiera- gran número de documentos medievales sobre la dominación catalana de la isla.
Poco más hizo, durante su carrera diplomática -algún cargo, no demasiado claro, en Glasgow y París, durante la firma del tratado de paz entre España y Estados Unidos, en 1898, tras la desastrosa guerra de Cuba-, así que, en 1901, decidió retirarse de ésta, aunque todavía ocupó algunos cargos públicos referentes a aduanas, conferencias comerciales entre España y otros países. etc.
Retirado de la vida pública, se dedicó a la donación de parte de sus libros y recuerdos arqueológicos, compró el medio en ruinas monasterio de Escornalbou, donde vivió hasta que lo vendió, recién acabada la guerra civil -que, como a parte importante de la población del país, arruinó, a pesar de que siempre tuvo un buen nivel de vida e ingresos-, que restauró a su modo, aunque siguiendo consejo de amigos arquitectos, y más tarde, participaría en la reconstrucción del de Poblet, que era uno de los más importantes de España de estilo románico.
Después de la guerra, ya anciano, con gran parte de sus amistades en el exilio o en la cárcel, enfermo y con graves problemas económicos, y tras vender Escornalbou -que no dejaba de ser su casa, pues allá vivió durante años- , y aún dirigiendo el patronato de la reconstrucción -en aquel momento, todavía inconclusa- de Poblet, ya no le quedaba, en teoría, mucho por hacer. Pero era hombre que no se sabía estar quieto, y como no parecía importarle su edad, murió, tal vez de una pulmonía o neumonía -no he podido aclararlo bien- en Reus, en 1941.
Respecto a su recuerdo, es poco, más allá de la ciudad de Reus -y tampoco tanto; para muchos, Eduard Toda es, básicamente, el nombre de un instituto de secundaria, o como se quiera llamar ahora a lo que sigue a la ESO-, pero dejó varias obras escritas, entre ellas, "Estudios egiptológicos" (1886-7), o "A través de Egipto" (1889), que serían pioneras en el tema de la egiptología y la arqueología en Oriente Próximo; "Historia de la China" (1893), que hace referencia a sus viajes por este país, cuando fue cónsul en Macao, y en estudios posteriores -porque su viaje a China fue, realmente, anterior al de Egipto-; y el manuscrito "El Antiguo Egipto", que quedó inédito, además de sus obras sobre Cerdeña, y su amplia -y casi toda perdida- producción periodística.


portada
La portada de una de las obras de toda, "A través de Egipto", sacada del blog Supersticiones.

* Por cierto, existe una anécdota sobre este hombre, llamado en ocasiones "El Indiana Jones catalán", sobre una momia que se trajo de Egipto, como si fuera un recuerdo de nada, y que cedió al Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Parece que se trataba de una supuesta hija de Ramsés II -tuvo más de cien hijos e hijas, así que tampoco tenía por que no ser cierto-, y la llevó, en su visita a la capital para dar cuenta de sus descubrimientos y adquisiciones, a la aula magna del Hospital de San Carlos, donde la despojó de vendas y máscaras, así como si nada, y que más adelante cedió al museo antes mencionado. La cuestión es que, cuando en 1976 el egiptólogo Esteban Llagostera hizo un estudio radiológico de la momia, descubrió que era más falsa que un billete de tres euros, y no paró hasta encontrar la original, que estaba criando polvo detrás de una pizarra, hasta conseguir, por fin, que volviera a estar expuesta al público.
Es de suponer que muchos dirán que Toda no fue en absoluto profesional, pero si hablamos de los responsables del museo, mejor ni hablar...