Un relato de ciencia-ficción indio... de hace más de un siglo:"El sueño de Sultana".
Bien, ya va siendo hora de realizar una entrada propiamente dicha. Y en esta ocasión, quizá deban ser dos. Se trata de un relato de un género que a mí siempre me ha interesado: la ciencia-ficción. Pero es bien distinto a lo que se acostumbra a leer, pues está escrito por una mujer, y en una época tan temprana como 1905. Sin embargo, esto tampoco resultaría tan extremadamente raro si se tratara de una escritora occidental, y más aún, anglosajona -aunque, realmente, el relato original se escribió en lengua inglesa-.
La autora era, en realidad, originaria de la India Británica. Para ser más exactos, del actual Bangla-desh, y es considerado parte de la literatura bengalí -a uno y otro lado de la artificial frontera entre este pequeño y superpoblado país y la India-. Se trata de Rokeya Sakhawat -según pude leer, pues no era capaz de aprenderme el nombre de memoria-, y teniendo en cuenta su origen noble, y su condición de mujer musulmana de un país tan conservador y, aparentemente, tan alejado de la cultura occidental, no deja de llamar la atención. Sobretodo, porque, aunque se habla de tecnología en aquella época impensable, como vehículos voladores -más bien, helicópteros-, energía solar y control del clima, es la visión de un estado asiático donde las mujeres han sufrido la más terrible de las discriminaciones y en el que, aprovechando un conflicto bélico, deciden dar un vuelco radical a su situación, lo que más llama la atención. Y más, teniendo en cuenta que en países de la zona, como Afganistán y Pakistán, la situación de la población femenina, al igual que la de las minorías religiosas o los intelectuales o demócratas, no ha dejado de empeorar de década en década, hasta llegar a unos límites que se podrían calificar de auténtica barbarie.
El original era en inglés, y no encontré traducción al castellano. Así que opté por utilizar -cuestión de rapidez, y que no soy traductor profesional- la herramienta de traducción de google, pero al encontrarme con un texto lleno de errores gramaticales y semánticos, numerosas formas verbales inapropiadas, y frases sencillamente ininteligibles, opté por ayudarme del texto en inglés, mi conocimiento de la lengua anglosajona, y un diccionario -no informático, sino de los originales, en libro- y me pasé mis dos o tres horas hasta que logré darle una forma un poco en condiciones, aunque en algún caso, reconozco que casi improvisé una traducción.
Aquí va. No es que sea un relato con una calidad literaria extraordinaria -la autora tampoco lo pretendía, pues no era novelista profesional-, y la traducción, como ya he dicho antes, es propia, y tendrá sus errores y meteduras de pata, pero se entiende bastante bien, que es lo más importante.
El sueño de Sultana
Una noche estaba
recostada en un sillón de mi cuarto y pensando perezosamente en la condición de
la mujer indígena. No estoy segura si estaba dormida o no. Pero,
hasta donde yo recuerdo, estaba completamente despierta. Vi la luz de la luna
brillar, con miles de diamantinas estrellas alrededor, muy claramente.
Repentinamente, una dama
se puso delante de mí. Cómo llegó, no lo sé. La confundí con mi amiga, a la que llamo Hermana Sara.
“Buenos días”, dijo Hermana
Sara. Sonreí para mis adentros, pues yo sabía que no era por la mañana,
sino noche estrellada. Sin embargo, le respondí, diciendo: “¿Qué tal
estás?”
-Muy bien,
gracias. ¿Me harías el favor de echar un vistazo a nuestro jardín?
Volví a mirar la luna por
la ventana abierta, y pensé que no había nada de malo en salir en ese momento. En
el exterior, los criados dormían en ese momento, así que podría tener un agradable
paseo con Hermana Sara.
Yo ya tuve mis paseos
con Hermana Sara, cuando estábamos en Darjeeling. Muchas veces caminábamos
de la mano, mientras hablábamos alegremente, en sus jardines botánicos. Supuse
que, probablemente, Hermana Sara había
venido para llevarme a pasear por alguno, y, dispuesta a aceptar su oferta, me marché con
ella.
Al salir a caminar, me
encontré sorpresivamente con una hermosa mañana. La ciudad estaba
completamente despierta, y las calles llenas de vida, debido a la bulliciosa
multitud. Me sentí atemorizada, pensando que estaba caminando por la calle
a plena luz del día, pero no había un solo hombre visible.
Algunas de las
transeúntes hacían bromas sobre mi persona. A pesar de que no podía entender
su lenguaje, estaba segura de que estaban bromeando. Le pregunté a mi
amiga: “¿Qué están diciendo?”.
-Las mujeres dicen que
te ves muy varonil.
-¿Varonil? -respondí-
¿Qué quieren decir con eso?
-Quieren decir que eres
tímida y temerosa, como son los hombres.
¿Tímida y temerosa como
los hombres? Aquello tenía que ser una broma. Me puse muy nerviosa, cuando
me di cuenta de que mi compañera no era Hermana Sara, sino una
extraña. ¡Oh, qué tonta había sido al confundir aquella dama con mi querida y
vieja amiga, Hermana Sara!
Ella sintió que mis
dedos temblaban en su mano, mientras caminábamos unidas una de la otra.
-¿Cuál es el problema,
querida? - dijo cariñosamente-.
-Me siento un poco
incómoda -le dije en un tono más bien para pedir disculpas-. Por ser una mujer
sujeta a la purdah[1],
no estoy acostumbrada a caminar entre desconocidos.
-No deberías tener miedo
de encontrarte con un hombre aquí. Esto es Ladyland –el país de las
mujeres-, libre del pecado y el daño. La virtud misma reina aquí.
Poco a poco empecé a disfrutar
del paisaje. Aquel lugar era muy grande. Acabé confundiendo un espacio de
hierba verde de un cojín de terciopelo. Sentir como si estuviera caminando
sobre una alfombra suave, miré hacia abajo y encontré el camino cubierto de
musgo y flores.
-¡Es precioso! -dije yo.
-¿Te gusta? -pregunté
a Hermana de Sara. (Yo seguía llamándola “Hermana Sara”, y ella no dejaba
de llamarme por mi nombre).
-Sí, mucho, pero no me
gusta pisar las flores, tan dulces y
tiernas.
-No te preocupes,
querida Sultana. El pisarlas no les hará daño, sólo son las flores que crecen
en la calle.
-Todo el lugar parece un
jardín, -le dije con admiración-. Se ha elegido cada planta con tanta
habilidad…
-Vuestra Calcuta podría
convertirse en un jardín más bonito que esto sólo con que tus compatriotas
quisieran que así fuera.
-Deben pensar que
resulta inútil darle tanta atención a la jardinería, mientras tienen tantas otras cosas por hacer.
-No habrían podido
encontrar una excusa mejor -dijo con una sonrisa.
Me entró una gran curiosidad
por saber dónde estaban los hombres. Conocí a más de un centenar de
mujeres, mientras paseaba por allí, pero ni un solo hombre.
-¿Dónde están los
hombres? -le pregunté.
-En los lugares
adecuados, donde deben estar.
-Por favor, desearía
saber lo que quieres decir con “lugares adecuados”.
-Oh, ya veo mi error. No puedes conocer nuestras
costumbres, pues nunca estuviste aquí antes. Tenemos encerrados a nuestros
hombres.
-¿Cómo si estuvieran en
una zenana[2]?
-Exactamente.
-¡Qué divertido! –no
puede evitar estallar en una carcajada. Hermana Sara también se echó a
reír.
-Pero querida Sultana,
lo injusto sería encerrar a las inofensivas mujeres y dejar sueltos a los
hombres.
-¿Por qué? No
resulta seguro para nosotras salir de la zenana,
ya que somos de naturaleza débil.
-Sí, no es seguro siempre
y cuando haya hombres por las calles, como es así cuando un animal salvaje
entra en un mercado.
-Por supuesto que no.
-Supongamos, que algunos
lunáticos escapasen de un manicomio, y empezaran a hacer todo tipo de maldades
a hombres, caballos y otros animales. En ese caso. ¿Qué es lo que harían tus
compatriotas?
-Tratarían de
capturarlos y retornarlos a las instituciones donde estaban encerrados.
-¡Gracias! ¿O
piensas que resulta prudente mantener a la gente sana dentro de un manicomio y
dejar libres a los locos?
-¡Por supuesto que no! –dije,
riendo a la ligera.
-¡Pues de hecho, en tu
país es eso mismo lo que se hace! ¡Los
hombres, que hacen, o por lo menos son capaces de hacer un sinfín de maldades,
están libres; y las mujeres inocentes, encerradas en la zenana! ¿Cómo se puede confiar en esos hombres sin educación,
dejándolos libres y a su aire?
-No tenemos voz ni mando
en el manejo de nuestros asuntos sociales. En la India, el hombre es el
amo y señor, que ha tomado para sí todos los poderes y privilegios, y el que encierra a las mujeres en la zenana.
-¿Por qué permitís que
os encierren?
-Eso es algo que no se
puede evitar, ya que son más fuertes que las mujeres.
-Un león es más fuerte
que un hombre, pero no le permite dominar a la raza humana. Habéis omitido
el deber que tenéis hacia vosotras mismas, y así habéis perdido vuestros
derechos naturales, por cerrar los ojos a vuestros propios intereses.
-Pero, mi querida Hermana
Sara, si lo hiciéramos todo nosotras mismas, ¿qué es lo que harían, entonces,
los hombres?
-No deberían hacer nada,
con perdón, pues para nada son aptos. Sólo atrapadlos y encerradlos en la zenana.
-Pero, ¿resultaría tan
sencillo agarrarlos y ponerlos entre cuatro paredes? -dije yo-. E incluso,
si esto se hiciera, todos sus conocimientos -políticos y comerciales- también se irían con
ellos al interior de la zenana.
Hermana Sara no
respondió. Sólo sonrió con dulzura. Tal vez pensaba que era inútil
discutir con alguien que no era mejor que una rana en un pozo.
En ese momento llegamos
a casa de Hermana Sara. Estaba situada en medio de un hermoso jardín con
forma de corazón. Era un bungalow con techo de hierro
corrugado. Resultó ser más fresco y bonito que cualquiera de nuestros
edificios más lujosos. No puedo describir su forma ordenada, ni lo bien
amueblada y decorada con tan buen gusto como era.
Nos sentamos una al lado
de la otra. Ella sacó una pieza de bordado y comenzó a puntearlo sobre un
nuevo diseño.
-¿Sabrás coser, realizar
el trabajo de aguja e hilo?
-Sí, no tenemos nada más
que hacer en nuestra zenana.
-¡Aquí no confiamos en
los miembros de nuestra zenana para
hacer bordados! -dijo riendo-, ¡Un hombre no tiene todavía la paciencia
suficiente para pasar un hilo por el ojo de una aguja!
-¿Has hecho todo este
trabajo tú sola? -le pregunté, señalando las distintas piezas de tela bordada.
-Sí.
-¿Cómo se puede
encontrar tiempo para hacer todo esto? Porque también deberás hacer tu
trabajo de oficina, ¿no es así?
-Sí. Aunque yo no
pe paso en el laboratorio todo el día. Termino mi trabajo en dos horas.
-¡En dos
horas! ¿Cómo te las arreglas? En nuestra tierra, los funcionarios, como los magistrados, - por
ejemplo- trabajan siete horas diarias.
-He visto algunos de
ellos haciendo su trabajo. ¿Crees que trabajan durante las siete horas al
completo?
-¡Desde luego que sí!
-No, querida Sultana, no
lo hacen. Ellos malgastan gran parte de ese tiempo en el hábito de
fumar. Un poco de tabaco, de dos a tres choroots[3] durante el horario
de oficina. Se habla mucho acerca de su trabajo, pero hacen
poco. Supongamos que uno choroot
tarda media hora en ser fumado, y un hombre fuma doce choroots diarios. Entenderás, pues, que gasta seis horas diarias en
el hábito de fumar puros.
Hablamos sobre varios
temas, y me enteré de que no estaban sujetos a ningún tipo de epidemia, ni
tampoco sufren de picaduras de mosquitos como lo hacemos nosotros. Yo
estaba muy sorprendida al oír que en Ladyland nadie fallece durante la juventud,
si no es por rara casualidad.
-¿Me acompañas a ver
nuestra cocina?, -me preguntó.
-Con mucho gusto -le
dije, y nos fuimos a verla.
Por supuesto, a los hombres se les había
invitado a marcharse en cuanto entramos allá. La cocina estaba situada en
una hermosa huerta. Cada enredadera, cada planta de tomate en sí era un
adorno. La encontré sin humo, ni chimenea.
La cocina -que estaba limpia y brillante-, tenía ventanas decoradas con jardines de flores. No
había ni rastro de carbón o fuego.
-¿Cómo se
cocina? -le pregunté.
-Con el calor del sol
-dijo ella. Al mismo tiempo, me mostró la tubería, a través del cual pasan la
luz solar concentrada y el calor. Decidió cocinar algo, para mostrarme el
proceso.
-¿Cómo te las has
arreglado para recoger y almacenar el calor solar? -le pregunté con asombro.
-Déjame que te cuente un
poco de nuestra historia pasada a continuación. Hace treinta años, cuando
nuestra actual reina tenía trece, heredó
el trono. Ella era reina sólo
nominalmente, pues era el primer ministro quien realmente gobernaba el país.
A nuestra buena Reina le
gustaba mucho la ciencia. Se hizo circular una orden de que todas las
mujeres de su país debían ser educadas. En consecuencia, una serie de
escuelas de niñas se fundaron con el apoyo del gobierno. La educación se
extendió a lo largo y ancho entre las mujeres. Y el matrimonio precoz
también fue prohibido. A ninguna mujer se le permitió casarse antes de
cumplir los veintiún años. Debo decirte que antes de este cambio que se
había mantenido en estricta purdah.
-¿Cómo se cambiaron las
tornas?
Me interrumpió con una risa.
-Pero el aislamiento era
el mismo –prosiguió-. En pocos años hemos ido teniendo distintas
universidades, donde los hombres no han sido admitidos. En la capital, donde
vive nuestra Reina, hay dos de ellas. En una se inventó un globo
maravilloso, al que se conectan una serie de tubos. Por medio de este
globo cautivo que se las arreglaron para mantenerlo a flote por encima de las
nubes más bajas, y pudieron sacar agua de la atmósfera a su antojo. A medida que
el agua se estuvo elaborando sin cesar gracias a la gente de la universidad,
ninguna nube volvió a aparecer y la ingeniosa Señora Directora detuvo la lluvia
y las tormentas de ese modo.
-¡En serio! ¡Ahora
entiendo por qué no hay barro aquí! -dije yo, pero no podía entender cómo
era posible que se acumulara agua en las tuberías. Ella me explicó cómo
era posible, pero yo fui incapaz de comprenderlo, ya que mi conocimiento
científico era muy limitado. Sin embargo, ella continuó:
-Cuando la otra universidad llegó a saber
de esto, se sintieron sumamente celosos y trataron de hacer algo más
extraordinario aún. Se inventó un instrumento por el cual podían recoger
la cantidad de luz solar y calor que ellos deseasen. Y consiguieron
almacenar ese calor, para ser distribuido
según fuera necesario.
Mientras las mujeres se
dedicaban a la investigación científica, los hombres de este país estaban
ocupados en aumentar su poderío militar. Cuando llegaron a saber que en
las universidades las mujeres eran capaces de sacar agua de la atmósfera y
recoger el calor del sol, ¡sólo fueron capaces de reírse de los miembros de las universidades y llamó a
todo el asunto “una pesadilla sentimental”!
-¡Vuestros logros son, verdaderamente, algo maravilloso! Pero
dime, ¿cómo os las arreglasteis para poner a los hombres de vuestro país en la zenana? ¿Los atrapasteis esa
primera vez?
-No.
-No es probable que
estuvieran dispuestos a renunciar a su vida al aire libre y a su propia
voluntad, y se dejaran encerrar entre las cuatro paredes de la zenana! Debieron de haber sido
vencidos.
-¡Sí, lo fueron!
-¿Por quién? Por
medio de unas damas guerreras, ¿no?
-No, no fue por medio de las
armas.
-Sí, no podría haber
sido así. Los brazos de los hombres son más fuertes que los de las
mujeres. ¿Entonces?
-Con el cerebro.
-Incluso sus cerebros son más grandes y más pesados que los de las mujeres, ¿no es así?
-Sí, pero ¿y
qué? Un elefante también tiene un cerebro más grande y más pesado que un
hombre. Sin embargo, el hombre puede encadenar a los elefantes y las emplean,
de acuerdo con sus propios deseos.
-Es cierto, pero dime,
por favor, cómo sucedió todo realmente. ¡Me muero por saberlo!
[1]
Purdah: Código social con
base religiosa impuesto a las mujeres en Pakistán, Bangla-Desh, y los
musulmanes indios. La palabra es de origen persa.
[2]
Zenana: En el Indostán,
entre musulmanes, y en menor medida hindúes y sikhs, parte reservada a las
mujeres –y su servicio, si lo había-, equivalente al serrallo de los árabes, y
de donde raramente podían salir.
[3] Cigarro-puro popular en
Bangla-desh, la India orientas, y Birmania.
Como creo que esta entrada puede resultar un poco larga, transcribo aquí solamente la primera parte del relato, dejando la segunda para más adelante.
He colocado lo mejor que he podido algunas aclaraciones a pie de página, pues hay palabras del bengalí, normalmente de origen persa -considerado en la época, sobretodo por los pueblos musulmanes indostaneses, como una lengua culta, de la que el urdu y el bengalí han tomado numerosas palabras y expresiones-, que de otra forma, podrían dar resultado a ciertas dudas.
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