viernes, 6 de julio de 2012

Un relato de ciencia-ficción indio... de hace más de un siglo:"El sueño de Sultana".


Bien, ya va siendo hora de realizar una entrada propiamente dicha. Y en esta ocasión, quizá deban ser dos. Se trata de un relato de un género que a mí siempre me ha interesado: la ciencia-ficción. Pero es bien distinto a lo que se acostumbra a leer, pues está escrito por una mujer, y en una época tan temprana como 1905. Sin embargo, esto tampoco resultaría tan extremadamente raro si se tratara de una escritora occidental, y más aún, anglosajona -aunque, realmente, el relato original se escribió en lengua inglesa-.
La autora era, en realidad, originaria de la India Británica. Para ser más exactos, del actual Bangla-desh, y es considerado parte de la literatura bengalí -a uno y otro lado de la artificial frontera entre este pequeño y superpoblado país y la India-. Se trata de Rokeya Sakhawat -según pude leer, pues no era capaz de aprenderme el nombre de memoria-, y teniendo en cuenta su origen noble, y su condición de mujer musulmana de un país tan conservador y, aparentemente, tan alejado de la cultura occidental, no deja de llamar la atención. Sobretodo, porque, aunque se habla de tecnología en aquella época impensable, como vehículos voladores -más bien, helicópteros-, energía solar y control del clima, es la visión de un estado asiático donde las mujeres han sufrido la más terrible de las discriminaciones y en el que, aprovechando un conflicto bélico, deciden dar un vuelco radical a su situación, lo que más llama la atención. Y más, teniendo en cuenta que en países de la zona, como Afganistán y Pakistán, la situación de la población femenina, al igual que la de las minorías religiosas o los intelectuales o demócratas, no ha dejado de empeorar de década en década, hasta llegar a unos límites que se podrían calificar de auténtica barbarie.
El original era en inglés, y no encontré traducción al castellano. Así que opté por utilizar -cuestión de rapidez, y que no soy traductor profesional- la herramienta de traducción de google, pero al encontrarme con un texto lleno de errores gramaticales y semánticos, numerosas formas verbales inapropiadas, y frases sencillamente ininteligibles, opté por ayudarme del texto en inglés, mi conocimiento de la lengua anglosajona, y un diccionario -no informático, sino de los originales, en libro- y me pasé mis dos o tres horas hasta que logré darle una forma un poco en condiciones, aunque en algún caso, reconozco que casi improvisé una traducción.
Aquí va. No es que sea un relato con una calidad literaria extraordinaria -la autora tampoco lo pretendía, pues no era novelista profesional-, y la traducción, como ya he dicho antes, es propia, y tendrá sus errores y meteduras de pata, pero se entiende bastante bien, que es lo más importante.



El sueño de Sultana

Una noche estaba recostada en un sillón de mi cuarto y pensando perezosamente en la condición de la mujer indígena. No estoy segura si estaba dormida o no. Pero, hasta donde yo recuerdo, estaba completamente despierta. Vi la luz de la luna brillar, con miles de diamantinas estrellas alrededor, muy claramente.
Repentinamente, una dama se puso delante de mí. Cómo llegó, no lo sé. La confundí con  mi amiga, a la que llamo Hermana Sara.
“Buenos días”, dijo Hermana Sara. Sonreí para mis adentros, pues yo sabía que no era por la mañana, sino noche estrellada. Sin embargo, le respondí, diciendo: “¿Qué tal estás?”

-Muy bien, gracias. ¿Me harías el favor de echar un vistazo a nuestro jardín?
Volví a mirar la luna por la ventana abierta, y pensé que no había nada de malo en salir en ese momento. En el exterior, los criados dormían en ese momento, así que podría tener un agradable paseo con Hermana Sara.
Yo ya tuve mis paseos con Hermana Sara, cuando estábamos en Darjeeling. Muchas veces caminábamos de la mano, mientras hablábamos alegremente, en sus jardines botánicos. Supuse que, probablemente,  Hermana Sara había venido para llevarme a pasear por alguno, y,  dispuesta a aceptar su oferta, me marché con ella.
Al salir a caminar, me encontré sorpresivamente con una hermosa mañana. La ciudad estaba completamente despierta, y las calles llenas de vida, debido a la bulliciosa multitud. Me sentí atemorizada, pensando que estaba caminando por la calle a plena luz del día, pero no había un solo hombre visible.
Algunas de las transeúntes hacían bromas sobre mi persona. A pesar de que no podía entender su lenguaje, estaba segura de que  estaban bromeando. Le pregunté a mi amiga: “¿Qué están diciendo?”.

-Las mujeres dicen que te ves muy varonil.
-¿Varonil? -respondí- ¿Qué quieren decir con eso?
-Quieren decir que eres tímida y temerosa, como son los hombres.

¿Tímida y temerosa como los hombres? Aquello tenía que ser una broma. Me puse muy nerviosa, cuando me di cuenta de que mi compañera no era Hermana Sara, sino una extraña. ¡Oh, qué tonta había sido  al confundir aquella dama con mi querida y vieja amiga, Hermana Sara!
Ella sintió que mis dedos temblaban en su mano, mientras caminábamos unidas una de la otra.

-¿Cuál es el problema, querida? - dijo cariñosamente-. 
-Me siento un poco incómoda -le dije en un tono más bien para pedir disculpas-. Por ser una mujer sujeta a la purdah[1], no estoy acostumbrada a caminar entre desconocidos.
-No deberías tener miedo de encontrarte con un hombre aquí. Esto es Ladyland –el país de las mujeres-, libre del pecado y el daño. La virtud misma reina aquí.
Poco a poco empecé a disfrutar del paisaje. Aquel lugar era muy grande.  Acabé confundiendo un espacio de hierba verde de un cojín de terciopelo. Sentir como si estuviera caminando sobre una alfombra suave, miré hacia abajo y encontré el camino cubierto de musgo y flores.
-¡Es precioso! -dije yo.
-¿Te gusta? -pregunté a Hermana de Sara. (Yo seguía llamándola “Hermana Sara”, y ella no dejaba de llamarme por mi nombre).
-Sí, mucho, pero no me gusta pisar  las flores, tan dulces y tiernas.
-No te preocupes, querida Sultana. El pisarlas no les hará daño, sólo son las flores que crecen en la calle.
-Todo el lugar parece un jardín, -le dije con admiración-. Se ha elegido cada planta con tanta habilidad…
-Vuestra Calcuta podría convertirse en un jardín más bonito que esto sólo con que tus compatriotas quisieran  que así fuera.
-Deben pensar que resulta inútil darle tanta atención a la jardinería, mientras  tienen tantas otras cosas por hacer.
-No habrían podido encontrar una excusa mejor -dijo con una sonrisa.
Me entró una gran curiosidad por saber dónde estaban los hombres. Conocí a más de un centenar de mujeres, mientras paseaba por allí, pero ni un solo hombre.
-¿Dónde están los hombres?  -le pregunté.
-En los lugares adecuados, donde deben estar.
-Por favor, desearía saber lo que quieres decir con “lugares adecuados”.
-Oh,  ya veo mi error. No puedes conocer nuestras costumbres, pues nunca estuviste aquí antes. Tenemos encerrados a nuestros hombres.
-¿Cómo si estuvieran en una zenana[2]?
-Exactamente.
-¡Qué divertido! –no puede evitar estallar en una carcajada. Hermana Sara también se echó a reír.
-Pero querida Sultana, lo injusto sería encerrar a las inofensivas mujeres y dejar sueltos a los hombres.
-¿Por qué? No resulta seguro para nosotras salir de la zenana, ya que somos de naturaleza débil.
-Sí, no es seguro siempre y cuando haya hombres por las calles, como es así cuando un animal salvaje entra en un mercado.
-Por supuesto que no.
-Supongamos, que algunos lunáticos escapasen de un manicomio, y empezaran a hacer todo tipo de maldades a hombres, caballos y otros animales. En ese caso. ¿Qué es lo que harían tus compatriotas?
-Tratarían de capturarlos y retornarlos a las instituciones donde estaban encerrados.
-¡Gracias! ¿O piensas que resulta prudente mantener a la gente sana dentro de un manicomio y dejar libres a los locos?
-¡Por supuesto que no! –dije, riendo a la ligera.
-¡Pues de hecho, en tu país es eso mismo  lo que se hace! ¡Los hombres, que hacen, o por lo menos son capaces de hacer un sinfín de maldades, están libres; y las mujeres inocentes, encerradas en la zenana! ¿Cómo se puede confiar en esos hombres sin educación, dejándolos libres y a su aire?
-No tenemos voz ni mando en el manejo de nuestros asuntos sociales. En la India, el hombre es el amo y señor, que ha tomado para sí todos los poderes y privilegios, y  el que encierra a las mujeres en la zenana.
-¿Por qué permitís que os encierren?
-Eso es algo que no se puede evitar, ya que son más fuertes que las mujeres.
-Un león es más fuerte que un hombre, pero no le permite dominar a la raza humana. Habéis omitido el deber que tenéis hacia vosotras mismas, y así habéis perdido vuestros derechos naturales, por cerrar los ojos a vuestros propios intereses.
-Pero, mi querida Hermana Sara, si lo hiciéramos todo nosotras mismas, ¿qué es lo que harían, entonces, los hombres?
-No deberían hacer nada, con perdón, pues para nada son aptos. Sólo atrapadlos y encerradlos en la zenana.
-Pero, ¿resultaría tan sencillo agarrarlos y ponerlos entre cuatro paredes? -dije yo-. E incluso, si esto se hiciera, todos sus conocimientos -políticos y comerciales- también se irían con ellos al interior de la zenana.

Hermana Sara no respondió. Sólo sonrió con dulzura. Tal vez pensaba que era inútil discutir con alguien que no era mejor que una rana en un pozo.
En ese momento llegamos a casa de Hermana Sara. Estaba situada en medio de un hermoso jardín con forma de corazón. Era un bungalow con techo de hierro corrugado. Resultó ser más fresco y bonito que cualquiera de nuestros edificios más lujosos. No puedo describir su forma ordenada, ni lo bien amueblada y decorada con tan buen gusto como era.
Nos sentamos una al lado de la otra. Ella sacó una pieza de bordado y comenzó a puntearlo sobre un nuevo diseño.

-¿Sabrás coser, realizar el trabajo de aguja e hilo?
-Sí, no tenemos nada más que hacer en nuestra zenana.
-¡Aquí no confiamos en los miembros de nuestra zenana para hacer bordados! -dijo riendo-, ¡Un hombre no tiene todavía la paciencia suficiente para pasar un hilo por el ojo de una aguja!
-¿Has hecho todo este trabajo tú sola? -le pregunté, señalando  las distintas piezas de tela bordada.
-Sí.
-¿Cómo se puede encontrar tiempo para hacer todo esto? Porque también deberás hacer tu trabajo de oficina,  ¿no es así?
-Sí. Aunque yo no pe paso en el laboratorio todo el día. Termino mi trabajo en dos horas.
-¡En dos horas! ¿Cómo te las arreglas? En nuestra tierra,  los funcionarios, como los magistrados, - por ejemplo- trabajan  siete horas diarias.
-He visto algunos de ellos haciendo su trabajo. ¿Crees que trabajan durante las siete horas al completo?
-¡Desde luego que sí!
-No, querida Sultana, no lo hacen. Ellos malgastan gran parte de ese tiempo en el hábito de fumar. Un poco de tabaco, de dos a tres choroots[3] durante el horario de oficina. Se habla mucho acerca de su trabajo, pero hacen poco. Supongamos que uno choroot tarda media hora en ser fumado, y un hombre fuma doce choroots diarios. Entenderás, pues, que gasta seis horas diarias en el hábito de fumar puros.
Hablamos sobre varios temas, y me enteré de que no estaban sujetos a ningún tipo de epidemia, ni tampoco sufren de picaduras de mosquitos como lo hacemos nosotros. Yo estaba muy sorprendida al oír que en Ladyland nadie fallece durante la juventud, si no es por rara casualidad.
-¿Me acompañas a ver nuestra cocina?, -me preguntó.
-Con mucho gusto -le dije, y nos fuimos a verla.
 Por supuesto, a los hombres se les había invitado a marcharse en cuanto entramos allá. La cocina estaba situada en una hermosa huerta. Cada enredadera, cada planta de tomate en sí era un adorno. La encontré sin humo, ni chimenea.  La cocina -que estaba limpia y brillante-, tenía ventanas  decoradas con jardines de flores. No había ni rastro de carbón o fuego.
-¿Cómo se cocina? -le pregunté.
-Con el calor del sol -dijo ella. Al mismo tiempo, me mostró la tubería, a través del cual pasan la luz solar concentrada y el calor. Decidió cocinar algo, para mostrarme el proceso.
-¿Cómo te las has arreglado para recoger y almacenar el calor solar? -le pregunté con asombro.
-Déjame que te cuente un poco de nuestra historia pasada a continuación. Hace treinta años, cuando nuestra actual reina tenía trece,  heredó el trono. Ella era  reina sólo nominalmente, pues era el primer ministro quien realmente gobernaba el país.
A nuestra buena Reina le gustaba mucho la ciencia. Se hizo circular una orden de que todas las mujeres de su país debían ser educadas. En consecuencia, una serie de escuelas de niñas se fundaron con el apoyo del gobierno. La educación se extendió a lo largo y ancho entre las mujeres. Y el matrimonio precoz también fue prohibido. A ninguna mujer se le permitió casarse antes de cumplir los veintiún años. Debo decirte que antes de este cambio que se había mantenido en estricta purdah.
-¿Cómo se cambiaron las tornas?

 Me interrumpió con una risa.

-Pero el aislamiento era el mismo –prosiguió-. En pocos años hemos ido teniendo distintas universidades, donde los hombres no han sido admitidos. En la capital, donde vive nuestra Reina, hay dos de ellas. En una se inventó un globo maravilloso, al que se conectan una serie de tubos. Por medio de este globo cautivo que se las arreglaron para mantenerlo a flote por encima de las nubes más bajas, y pudieron sacar agua  de la atmósfera a su antojo. A medida que el agua se estuvo elaborando sin cesar gracias a la gente de la universidad, ninguna nube volvió a aparecer y la ingeniosa Señora Directora detuvo la lluvia y las tormentas de ese modo.
-¡En serio! ¡Ahora entiendo por qué no hay barro aquí! -dije yo, pero no podía entender cómo era posible que se acumulara agua en las tuberías. Ella me explicó cómo era posible, pero yo fui incapaz de comprenderlo, ya que mi conocimiento científico era muy limitado. Sin embargo, ella continuó:
-Cuando la otra universidad llegó a saber de esto, se sintieron sumamente celosos y trataron de hacer algo más extraordinario aún. Se inventó un instrumento por el cual podían recoger la cantidad de luz solar y calor que ellos deseasen. Y consiguieron almacenar ese calor, para ser distribuido  según fuera necesario.
Mientras las mujeres se dedicaban a la investigación científica, los hombres de este país estaban ocupados en aumentar su poderío militar. Cuando llegaron a saber que en las universidades las mujeres eran capaces de sacar agua de la atmósfera y recoger el calor del sol, ¡sólo fueron capaces de reírse  de los miembros de las universidades y llamó a todo el asunto “una pesadilla sentimental”!
-¡Vuestros logros son,  verdaderamente, algo maravilloso! Pero dime, ¿cómo os las arreglasteis para poner a los hombres de vuestro país en la zenana?  ¿Los atrapasteis esa primera vez?
-No.
-No es probable que estuvieran dispuestos a renunciar a su vida al aire libre y a su propia voluntad, y se dejaran encerrar entre las cuatro paredes de la zenana! Debieron de haber sido vencidos.
-¡Sí, lo fueron!
-¿Por quién? Por medio de unas damas guerreras, ¿no?
-No, no fue por medio de las armas.
-Sí, no podría haber sido así. Los brazos de los hombres son más fuertes que los de las mujeres. ¿Entonces?
-Con el cerebro.
-Incluso sus cerebros son más grandes y más pesados que los de las mujeres, ¿no es así? 
-Sí, pero ¿y qué? Un elefante también tiene un cerebro más grande y más pesado que un hombre. Sin embargo, el hombre puede encadenar a los elefantes y las emplean, de acuerdo con sus propios deseos.
-Es cierto, pero dime, por favor, cómo sucedió todo realmente. ¡Me muero por saberlo!


[1] Purdah: Código social con base religiosa impuesto a las mujeres en Pakistán, Bangla-Desh, y los musulmanes indios. La palabra es de origen persa.
[2] Zenana: En el Indostán, entre musulmanes, y en menor medida hindúes y sikhs, parte reservada a las mujeres –y su servicio, si lo había-, equivalente al serrallo de los árabes, y de donde raramente podían salir.
[3] Cigarro-puro popular en Bangla-desh, la India orientas, y Birmania.

Como creo que esta entrada puede resultar un poco larga, transcribo aquí solamente la primera parte del relato, dejando la segunda para más adelante.
He colocado lo mejor que he podido algunas aclaraciones a pie de página, pues hay palabras del bengalí, normalmente de origen persa -considerado en la época, sobretodo por los pueblos musulmanes indostaneses, como una lengua culta, de la que el urdu y el bengalí han tomado numerosas palabras y expresiones-, que de otra forma, podrían dar resultado a ciertas dudas.

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