Aquí va la segunda parte de la historia de Sultana. Respecto al nombre de la protagonista, la autora lo uso para dar a entender que era la esposa -o concubina- del un sultán. Lo que significaría, por un lado, una mujer de origen social muy elevado pero, al tiempo, con unos derechos extremadamente recortados, aunque pudiera, por lo menos, hacer oír su voz con más posibilidades de ser escuchada que cualquier mujer del pueblo.
En principio, la solución para acabar con el omnímodo poder masculino, muy parecido al que ejercieron en Afganistán los talibanes -y aún ejercen, en las zonas del país, y de Pakistán, que dominan-, pero, en general, también el resto de afganos, sin importar etnia o relación política con el ocupante norteamericano. Resulta curioso pensar que, un texto como este, hoy en día resultaría todavía más revolucionario, y herético, que en la época en que se publicó, hace más de cien años, en la revista "The ladies from India" de Madrás, donde lo mismo podían mandar relatos mujeres británicas como autóctonas -indígenas, como se les llamaba en aquella época-.
(Segunda parte).
-Los cerebros de las
mujeres son un poco más rápidos que los de los hombres. Hace diez años,
cuando los oficiales del ejército llamaban a nuestros descubrimientos
científicos "una pesadilla sentimental", las mujeres más jóvenes
desearon decir algo en respuesta a esas observaciones. Sin embargo, las Señoras Directoras las detuvieron y les
dijeron que no debían responder con la palabra, sino con hechos, si alguna vez
tuvieran la oportunidad. Y tuvieron que esperar mucho para esa
oportunidad.
-¡Qué maravilla! Lo
aplaudo de corazón. Y ahora, son los señores orgullosos, los están soñando
sueños sentimentales para sí mismos.
-Poco tiempo después,
algunas personas vinieron de un país vecino y se refugiaron en el
nuestro. Estaban en problemas después de haber cometido algún tipo de
ofensa política. El Rey, que se preocupaba más por el poder que por el
buen gobierno, pidió a nuestra bondadosa reina que los entregara a sus
oficiales. Ella se negó, por ir en contra del deber de dar asilo a los
refugiados. Por esta negativa el rey declaró la guerra a nuestro país.
Nuestros militares se pusieron
en pie a todos a la vez, y marcharon al encuentro del enemigo. El enemigo,
sin embargo, era demasiado fuerte para ellos. Nuestros soldados lucharon
con valentía, sin duda. Pero a pesar de todo su valor, el ejército extranjero
avanzó paso a paso dispuesto a invadir nuestro país.
Casi todos los hombres
habían salido a luchar, incluso niños de dieciséis años se fueron de la
casa. La mayoría de nuestros guerreros murieron, el resto fueron
rechazados, y el enemigo se encontraba a unos veinticinco kilómetros de la
capital.
Una reunión de damas sabias y prudentes se celebró en el
palacio de la reina, para asesorarla en cuanto a lo que debía hacerse para
salvar el reino. Algunas propusieron luchar como soldados, mientras que
otras se opusieron y argumentaron que las mujeres no estaban entrenadas para
luchar con espadas y fusiles, ni estaban acostumbradas a defenderse con
cualquier tipo de armas. Una tercera señaló que, lamentablemente, eran
demasiado débiles físicamente.
"Si no puedes
salvar a tu país por falta de fuerza física -dijo la Reina-, trata de hacerlo
con el poder de tu cerebro".
Hubo un silencio
sepulcral durante unos minutos. Su Alteza Real volvió a tomar la palabra: "Tendré que
suicidarme si pierdo mi honor y mi patria."
Entonces, la Señora
Directora de la segunda universidad (la que había recogido el calor del sol),
que había guardado silencio reflexionando acerca de la situación, señaló que
todas ellas parecían estar perdidas, pero que todavía les quedaba una pequeña
esperanza. Había, todavía, un plan que le gustaría probar, y aquella sería
su única oportunidad. Si no resultaba, no quedaría nada más que aceptar el
suicidio. Todas las presentes se comprometieron solemnemente que nunca
permitirían ser esclavizadas, sin importarles lo que pudiera suceder después de
aquello.
La Reina les dio las
gracias de todo corazón, y pidió a la Señora Directora que su plan podía
llevarse a cabo. La Señora directora se levantó y dijo: "Antes de ello, los hombres
deben entrar en las zenanas y ser
puestos bajo vigilancia. Hago esta oración para que la purdah sea así cumplida". "Así sea.", contestó
Su Alteza Real.
Al día siguiente, la
Reina exhortó a todos los hombres a retirarse a las zenanas por el bien del honor y la libertad. Heridos y cansados como estaban, ¡consideraron aquella orden como si fuera una bendición! Hicieron una profunda reverencia y entraron
en los vigilados harenes sin pronunciar
una sola palabra de protesta. Estaban seguros de que no había esperanza
alguna para este país.
Entonces, la Señora
Directora, acompañada de sus dos mil estudiantes, marchó al campo de batalla, y
cuando estuvo allá, dirigió concentrados todos los rayos de la luz solar, y el
calor que transmitían, hacia el enemigo.
El calor y la luz eran
demasiado para ellos. Todos huyeron presa del pánico, sin saber,
desconcertados como estaban, de que manera podían contrarrestar aquel calor
abrasador. Cuando huyeron, dejaron sus armas y municiones de guerra en
manos del enemigo, tras lo cual fueron incendiadas por medio del mismo fuego
solar. Desde entonces, nadie ha tratado de invadir nuestro país nunca más.
-¿Y desde entonces,
vuestros compatriotas no han tratado nunca de salir de la zenana?
-Sí, querían volver a
ser libres. Algunos comisarios de la policía y magistrados de distrito enviaron un mensaje a
la Reina, argumentando que los oficiales del ejército, sin duda, merecían ser
encarcelados por su fracaso, pero ellos nunca descuidaron su deber, y por lo
tanto, no debían de ser castigados; y rogaron para ser restaurados en sus
respectivos puestos administrativos.
Su Alteza Real les envió
una carta circular, dándoles a entender que si sus servicios acaso fuesen necesarios,
se les haría llamar, y que mientras tanto debían permanecer donde
estaban. Ahora que ellos están acostumbrados al sistema de purdah y han dejado de quejarse de su
aislamiento, llamamos al nuevo sistema “mardana[1]”
en lugar de “zenana”.
-Pero, ¿cómo os las
arregláis -le pregunté a Hermana Sara-
para prescindir de policía o magistrados
en caso de robo o asesinato?
-Desde que el “mardana” ha establecido un nuevo sistema,
no ha habido ningún crimen o pecado. Por lo tanto, no se requiere de ningún
policía para descubrir al culpable, ni necesitamos un magistrado para tratar un
caso criminal.
-Eso es extraordinario,
desde luego. Supongo que si había alguna persona deshonesta, puede ser
castigada sin ninguna dificultad. ¡Cuando eres capaz de ganar una victoria
decisiva sin derramar una sola gota de sangre, bien puedes ahuyentar a la
delincuencia y a los indeseables sin mucha dificultad!
-Ahora, querida Sultana,
¿deseas seguir aquí sentada, o me acompañas al salón? -me preguntó.
“¡Tu cocina no es más
pequeña que la cámara de una reina!" Me respondió con una sonrisa
agradable. “Ahora tenemos que irnos. Seguro que los caballeros pueden estar
maldiciéndome por mantenerlos alejados de sus funciones en la cocina durante
tanto tiempo”. Nos reímos de buena gana.
-¡Cómo de divertidos y
extrañados se sentirán mis amigos, cuando vuelva a mi hogar y les diga que en
la lejana Ladyland, son las mujeres las que gobiernan en el país, y controlan
todos los asuntos sociales, mientras que los hombres pasan su tiempo en los mardanas con sus mentes infantiles,
cocinando, o realizando todo tipo de trabajo doméstico! Y cocinar resulta tan
fácil, ¡que tener que hacerlo resulta sencillamente un placer!
-Sí, cuéntales todo lo
que aquí has visto.
-Por favor, explícame
cómo cultiváis y aráis la tierra, y de que forma realizáis otros trabajos
manuales igual de pesados.
-Nuestros campos están
labrados por medio de la electricidad, que suministra la fuerza motriz para el
trabajo duro, así como también la empleamos para nuestros transportes aéreos. Aquí
no tenemos ninguna vía férrea, ni calles pavimentadas.
-Por consiguiente, aquí
no sufrís accidentes de tráfico o de ferrocarril -dije yo- ¿Nunca sufrís por la
falta de agua de lluvia? -le pregunté.
-Nunca, desde que se
construyera el globo de agua. Tú misma puedes ver el gran globo, y los
tubos conectados a éste. Gracias a él, podemos sacar tanta agua de lluvia
como sea necesaria. Tampoco sufrimos nunca de inundaciones o tormentas
eléctricas. Todas estamos muy ocupadas, sacando todo el provecho posible
de la Naturaleza. No tenemos tiempo para pelearnos entre nosotras, ya que
nunca estamos ociosas. Nuestra noble Reina es muy aficionada a la
botánica, y su mayor ambición es convertir el país entero en un gran jardín.
-La idea es
excelente. ¿Cuál es vuestro principal alimento?
-Frutas.
-¿Cómo se mantiene
vuestro país fresco cuando hace calor? Nosotros consideramos lluvias de verano como una bendición del
cielo.
-Cuando el calor se
vuelve insoportable, rociamos la tierra con lluvia abundante, extraída mediante
nuestras fuentes artificiales. Y cuando el clima es más frío, mantenemos
nuestra habitación caliente gracias al
sol del calor.
Ella me mostró su cuarto
de baño, cuyo techo era desmontable. Podía disfrutar de una ducha cuando
gustara, simplemente retirando el techo (que era como la tapa de una caja) y
abriendo el grifo de la tubería de la ducha.
-¡Sois un pueblo
afortunado! –exclamé-. No os falta de nada. ¿Cuál es vuestra religión, si
se puede saber?
-Nuestra religión se
basa en el Amor y la Verdad. Es nuestro deber religioso amarnos unos a otros y ser siempre sincero y
decir la verdad. Si alguna persona miente, él o ella es....
-¿…castigado con la
muerte?
-No, no con la
muerte. No existe placer en matar a una criatura de Dios, especialmente un
ser humano. Al mentiroso se le pide que deje esta tierra, por su bien, y que no vuelva nunca.
-¿Un delincuente, nunca
puede ser perdonado?
-Sí, si esa persona se
arrepiente sinceramente.
-¿No se te permite ver a
ningún hombre, exceptuando tus propias relaciones?
-A ninguno, excepto si
existen relaciones íntimas o estrechas.
-Nuestro círculo de relaciones íntimas es muy limitado, e
incluso entre primos hermanos no lo son.
-Pero la nuestra es muy
grande, un primo lejano es tan sagrado e importante como un hermano.
-Eso es muy
bueno. Yo veo la pureza misma reina en su tierra. Me gustaría ver a
la Reina, tan sagaz y con tanta visión de futuro, y que ha redactado tan buenas leyes.
-Está bien -dijo Hermana
Sara.
Entonces, ella atornilló
un par de asientos en una pieza cuadrada de plancha. Bajo esta tabla,
colocó bien sujetas dos bolas lisas y bien pulidas. Cuando le pregunté lo
que eran aquellas bolas, me explicó que eran esferas con hidrógeno, y que se
utilizaban para superar la fuerza de la gravedad. Había esferas de
diversos tamaños, para ser usadas de acuerdo con los diferentes pesos que
debían ser levantados. A continuación, nos colocamos en aquel vehículo
aéreo, que contaba con dos alas parecidas a hojas, las cuales, dijo, fueron fabricadas
con ayuda de la electricidad. Después, nos sentamos cómodamente, tocó un
botón, y las hojas empezaron a dar vueltas, moviéndose más y más rápido a cada
momento que pasaba. Al principio,
fuimos elevadas a una altura de unos seis o siete pies –entre metro
ochenta, y poco más de dos metros-, y entonces, empezamos a volar. Y antes
de que pudiera darme cuenta de que habíamos comenzado a movernos, llegamos al
jardín de la Reina.
(Un jardín que, salvando las distancias, podría ser como el de la foto).
Mi amiga hizo aterrizar
el vehículo aéreo, invirtiendo la acción de la máquina, y cuando el coche tocó
suelo, el aparato se detuvo y ella descendió.
Yo ya había visto desde
el aire el vehículo aéreo de la reina, planeando sobre un sendero del jardín,
con su pequeña hija (que tenía cuatro años) y sus damas de honor.
-¡Mis salutaciones! ¿Vos
por aquí? -exclamó la Reina frente a Hermana Sara- Me presentaron a
Su Alteza Real, y fui recibida cordialmente y sin ninguna ceremonia.
Yo estaba encantado de conocerla. En
el curso de la conversación que tuve con ella, la Reina me dijo que no tenía
objeciones a permitir que sus súbditos
comerciaran con otros países. “Pero”, continuó, “no será posible el
comercio con países donde las mujeres sean recluidas en harenes bajo
vigilancia, y por tanto, no puedan ellas
venir y comerciar aquí con nosotras. Los hombres, creemos, son de moral
más baja y por eso no nos gusta tratar con ellos. Nosotras no codiciamos
la tierra de otras gentes, ni luchamos por un pedazo de diamante, aunque pueda
ser mil veces más brillante que el Koh-i-Noor[2], ni sentimos rencor hacia
un gobernante por su Trono del Pavo Real. Nos sumergimos profundamente en
el océano del conocimiento, y tratamos de encontrar allá las gemas preciosas que la naturaleza ha
reservado para nosotras. Disfrutamos de esos regalos tanto como podemos”.
Después de despedirnos
de la Reina, visitamos las famosas universidades, y me mostraron algunas de sus
fábricas, laboratorios y observatorios.
Y tras conocer aquellos
lugares de interés, subimos de nuevo en el vehículo aéreo, pero tan pronto como
comenzó a moverse, de alguna manera se precipitó hacia abajo, y la caída me
hizo despertar de mi sueño. Y al abrir los ojos, me encontré en mi propia
habitación, ¡donde seguía sentada en mi
sillón!
[1]
El equivalente masculino
de la zenana, en caso de existir. Es una expresión inventada por la autora, que
también viene del persa –como muchas palabras del urdu, bengalí, etc-, y
significaría “lugar apropiado para los hombres.
[2]
Legendario diamante de la
India, de valor incalculable. Fue propiedad de distintos monarcas musulmanes
–Imperio Mogol de la India-, hindúes y sikhs, después de haber pertenecido a
los soberanos persas, y antes de pasar a los británicos. Actualmente, es una de
las famosas joyas de la corona británica, y propiedad de los soberanos del
Reino Unido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario